Clasicismo y modernidad
Duelo en alta sierra (1962) es un hito en la historia del western, sobre todo porque supone la segunda inmersión en el género de Sam Peckinpah, con mayor suerte que la precedente, y porque, a juicio del autor del artículo, en este homenaje al western de sus mayores el director californiano rompió con un mundo narrativo ya irremediablemente perdido. Con este artículo el profesor universitario y especialista en cine José Abad también hace su debut en la sección “La última película” de olvidos.es.
Sam Peckinpah entró en el largometraje con el pie izquierdo; su primera realización, Compañeros mortales (The Deadly Companions, 1961), fue remontada por el productor Charles Fitzsimons hasta el punto de hacerla irreconocible para el director; según Peckinpah, al final aparecían vivos varios personajes que él había matado durante el rodaje. Fue sólo el primero de un sinfín de desencuentros con la industria. No obstante, mientras arreciaban, Peckinpah filmó varias excelentes películas, entre ellas su segundo largometraje, Duelo en la alta sierra (Ride the Hide Country, 1962), un eslabón decisivo en la historia del western. Duelo en la alta sierra conjuga los personajes, las acciones y los ambientes heredados del período clásico en tanto introduce ese tono desencantado que será la nota dominante en la década siguiente, perceptible asimismo en la obra de algunos viejos maestros; 1962 es también el año de El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance).
El protagonista es Steve Judd (Joel McCrea), un pistolero a la vieja usanza, viejo él también, que parece escapado de las fosas del ayer. Judd llega a un pueblo en fiestas recorrido por extraños armatostes de cuatro ruedas, en donde los caballos son ridiculizados en una carrera con un camello y el hombre del oeste ha sido reducido a mera atracción de feria. (Un aspecto central de Junior Bonner, 1972). Judd ha encontrado trabajo como custodio de una compañía bancaria: debe transportar un pequeño cargamento de oro desde un yacimiento minero en la sierra hasta la ciudad. Judd solicita la colaboración de otro viejo colega, Gil Westrum (Randolph Scott), y de un gallito retozón, de gatillo fácil, Heck (Ron Starr): la relación entre el joven Heck y los venerables Judd y Westrum, nada cordial, debiera entenderse como la inversión de un tema recurrente del cine de Howard Hawks, el del relevo generacional. Peckinpah miraba con recelo a las nuevas generaciones: “La juventud de hoy no sabe hacerse respetar, sólo sabe gallear”, oímos en el film. El relato presenta maestros que querrían enseñar, pero no discípulos que quieran aprender.
Duelo en la alta sierra concilia clasicismo y modernidad, hemos dicho. La modernidad -término resbaladizo donde los haya- ha de entenderse como una nueva mirada al universo westerniano que conlleva una redefinición de sus tipos, temas y tramas. Veamos algún ejemplo: John Ford ilustraba el respeto por la tradición y la familia, uno de los puntos basilares de su obra, en esa escena característica del personaje que visita la tumba de un ser querido para hablar con él; recuérdense los ejemplos de Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946) y La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949); en Duelo en la alta sierra, el personaje que cada mañana se arrodilla ante el túmulo donde yace la esposa muerta ya no es un personaje ejemplar como en Ford, sino un energúmeno reaccionario que mantiene a su hija Elsa (Mariette Hartley) en el más contumaz de los celibatos. La virginal Elsa será precisamente el elemento desencadenante de la tragedia.
Elsa decide acompañar a Judd y los demás para casarse con un antiguo pretendiente, que vive en la localidad minera de la sierra. Los personajes femeninos nunca fueron positivos en el cine de Peckinpah, lo cual le ganó fama de misógino. Quienes denuncian esto olvidan que tampoco los personajes masculinos fueron nunca un dechado de virtudes, aunque éstos al menos defiendan una ética propia, la de la amistad, que los redime en parte. La sacralización de la amistad y la demonización del traidor serán los ejes sobre los que girará buena parte de la obra de Peckinpah. También característico será el gusto por lo escatológico y lo grotesco que en Duelo en la alta sierra está representado por esa familia freak, los Hammond, con uno de cuyos integrantes Elsa decide casarse; resulta inolvidable la presentación del personaje de Henry Hammond (Warren Oates), con su aspecto maloliente y un cuervo en el hombro, ostentando una de las sonrisas más sucias que haya dado nunca el cine.
Planteadas así las cosas, Duelo en la alta sierra debería entenderse como un tributo de Peckinpah al western de sus mayores y el relato con que rompe con el mundo de sus predecesores; un mundo irremediablemente perdido. Duelo en la alta sierra es un puente entre dos orillas, entre el humanismo del western clásico y el resabio y negatividad del nuevo western. Al canto a la vida al aire libre, los grandes espacios y el desarraigo de orden romántico, Peckinpah añadió los achaques de la edad, el recelo ante el progreso y el recurso perpetuo a la violencia. El ayer se ha quedado atrás para siempre.