Cuaderno de un náufrago
Teresa Gómez
Para los amantes de la poesía es emocionante reencontrarse, en Esdrújula, con una nueva edición del Troppo Mare, un libro esencial para la poesía del último cuarto del siglo XX. Y en mi caso, de una forma excepcional, pues los versos del Troppo Mare y su propio autor, Javier Egea, Quisquete, están en la génesis de mi identidad poética. Fue un amigo entrañable con quien compartía deliberaciones alimentadas por las pasiones compartidas y la esperanza de que nuestros versos iban a contribuir a la construcción de un mundo mejor. Juntos rastreamos muchas veces las claves que nos permitían desenmascarar el lenguaje construido, impuesto, marcado por el poder, y descubrir la falta de inocencia del lenguaje, su capacidad para condicionar las vivencias y la identidad. Compartíamos la paradoja de que el lenguaje que necesitamos para expresarnos y para comunicarnos, a menudo representaba un obstáculo para el conocimiento, para el sentimiento. Troppo Mare es el libro de un hombre destrozado que huye de su fracaso amoroso (pero quizá también poético y vital) para tratar tanto de explicarse su pasado «de la marginalidad rebelde», como para tratar de reconstruir su futuro. Para dejar de «contarse cuentos» como diría Althusser; o quizá Gramsci lo diría de otra manera, para «elaborar su propia concepción del mundo consciente y críticamente» para escribir su «propia historia» (aunque quizá esta huida la consiguiera más en términos poéticos que vitales).
Siempre he leído el Troppo Mare como un cuaderno de naúfrago. Nos señala la constatación de la inmensidad «extraño tanto mar» y el desconocimiento de los problemas que le acechan «raro este cielo…»; aislado del mundo en situación límite, al borde de la desesperación, se afana en recomponer «este naufragio que se crece en la orilla» y construye herramientas para enfrentarse a las adversidades. Tras la proeza de su viaje interior por parajes desconocidos, muy a menudo hostiles, pues en el camino sintió dolor, surgieron imprevistos, corrió peligros, permaneció en la incertidumbre… arriba a tierra firme, victorioso.
Por el camino de la piel abajo hacia una luz más honda que la piedra, más profunda que huesos y raíces, es que voy derivando nuevo y solo.
Finalmente siente la certeza de que, buceando en el lenguaje y en el inconsciente, ha descubierto los mecanismos de la ideología dominante en la producción poética, las trampas ideológicas. Y por tanto a partir de aquí, consciente de tales mecanismos, romperá con su manera de leer y escribir la poesía hasta ese momento, para concebirla como práctica ideológica, como instrumento de análisis y reconstrucción de la realidad. La literatura como discurso radicalmente histórico. La radical historicidad en la que Juan Carlos Rodríguez insistía una y otra vez: los sentimientos son históricos y se pueden cambiar. Su ruptura no fue sólo con una forma de hacer poesía sino también con la palabra poética y con su propia forma de sentir, revelando sus contradicciones. Esta supervivencia, esta reconstrucción le fue posible a través de la dialéctica, esa fue su auténtica tabla de salvación. La convicción de que su angustia, como la angustia de todos, tiene su epicentro en el enfermizo y desgarrador inconsciente ideológico burgués, mitiga, en cierto modo, su derrota personal al interpretarla en clave de derrota colectiva; le concede cierta esperanza entregado a la reflexión para la construcción de otras relaciones humanas y otra manera de leer y escribir la poesía. Pero para cuestionarlo tuvo que distanciarse de lo que había sido su mundo e inició su viaje (un viaje metafísico, tanto más arriesgado cuanto fue mental). Huyó sin rumbo (lo importante no era el lugar donde habría de llegar) aunque quedó atrapado en ese extraordinario rincón: la Isleta del Moro.
¿Quién hubiese pensado que en medio del desierto floreciera la curva desnuda, lujuriosa, el pregón ascendido, la cadera y la voz del horizonte?
Pero aunque habría de vagar sin destino prefijado, no lo hizo sin referencias pues se llevó consigo algunos instrumentos de primeros auxilios que le permitieron trazar el mapa de su deriva, a saber Teoría e historia de la producción ideológica del profesor y querido maestro de varias generaciones de escritores y pensadores Juan Carlos Rodríguez (no por nada el Troppo Mare está dedicado a él), textos que le permitieron mantener un diálogo constante con las grandes voces universales para releerlas de manera personal, Garcilaso, Machado, Lorca, Miguel Hernández, Alberti, Gil de Biedma… sin despreciar los ecos de sus debates poéticos hasta la madrugada con Luis García Montero, con Álvaro Salvador con Mariano Maresca, Andrés Soria, Ángela Olalla, Juan Vida…
Sin ti polvo, ceniza. Sin vosotros la nada...
Ángeles Mora y yo estábamos a punto de llegar, por cierto en el 80, justo cuando Juan Carlos Rodríguez presentando el Troppo Mare en La Madraza nos anunció «Ustedes van a escuchar hoy a «otro poeta». No un poeta más maduro, no un poeta más evolucionado sino una cosa completa, radicalmente distinta. No evolución sino Ruptura. Un poeta situado en un horizonte materialista, un poeta otro«. (Recordemos que ya había publicado dos libros anteriores A boca de parir y Serena luz del viento de poética más lírica y sentimental). Por eso es tan importante que no confundamos la terminología Nueva sentimentalidad que hablaría de una evolución dentro del mismo sistema con Otra sentimentalidad que representaría la ruptura con el sistema. Una poesía transformadora en el discurso y en las conciencias, emanada del pensamiento marxista. Pero quizá establecer corrientes y cajones para la poesía no sea más que un recurso metodológico que no aporta nada a la propia poesía y por tanto no vamos a encerrar la identidad poética de Javier en la etiqueta «La Otra Sentimentalidad» y por la misma razón no vamos a profundizar en este sentido; por mucho que sin duda, el reconocimiento del magisterio de Juan Carlos Rodríguez, la vinculación con poetas como Alberti, Gil de Biedma o Ángel González, el compromiso político de izquierdas , la actitud moral (como diría Andrés Soria) y la predilección por temas de la experiencia cotidiana de un pequeño grupo de amigos trazó un territorio común que propició un punto de partida para su trayectoria poética.
En el proceso de creación del Troppo Mare va distanciándose de su propio yo poético, superando el egocentrismo poético y en definitiva, logrando transformar su propia historia en la historia de todos convirtiéndose así en un poeta universal.
Raíles donde tiendo mi soledad de siglos que es un grito en mis ojos y es de siempre y de todos.
La lectura de Juan Carlos Rodríguez va desvelándole cómo el capitalismo nos conduce al desamor y la soledad y él lo va poniendo en verso.
¿Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo repetido en portales, escaparates, brumas, ingenuo paseante de la ciudad, hermano, caminante del mismo aturdimiento que estos siglos de expolio pusieron en los ojos, qué luz extraña, dime, hay en la soledad y en la memoria.
En Troppo Mare, Javier Egea mira a su alrededor y todo lo que ve lo interpreta en términos de reconstrucción. Hace del paisaje inmenso y estremecedor que encuentra en la Isleta el mapa de su reconstrucción. Se borran los límites entre la naturaleza del cabo de Gata y sus emociones. Huía de la realidad pero se dio de bruces con ella e intentó transformarla con una sola herramienta: su poética. El dolor está presenta en cada uno de sus versos, un dolor sereno, reflexivo sí, pero dolor en cada una de sus miradas.
Lo que pueda contaros es todo lo que sé desde el dolor y eso nunca se inventa.
Desde esa empecinada rebeldía con que se enfrentó al mundo, comprometido tan tenazmente, tan implacablemente contra la injusticia y la mentira, hurgó en las emociones como hurgó en las barras de los bares o en las caderas de las mujeres a las que amó, y en todos sitios encontró palabras. Sus versos lúcidos nos ofrecen claves sin fin para ahondar en lo humano -amor, celos, odio, vanidad…- y poner en cuestión la realidad algunas veces esperanzadora, pero tan a menudo, demoledora.
La paradoja es que nos convenció a todos, menos a sí mismo, y puso fin a bocajarro. Se marchó a buscar territorios poéticos aún sin explorar.
Y tú no estás pero tu voz nos llama. Para los que quedamos es más triste el camino.