La mafia como marca

José Antonio de la Rubia, y artículos tomados de La Reppublicca y El Confidencial (Attilio Bolzoni y Dario Menor)

Desde hace unos años las autoridades italianas batallan en la Unión Europea contra el uso del término “mafia” en una cadena de comida rápida en España. Usted la conoce, la habrña visto por alguna calle de su ciudad. La franquicia surgió en Zaragoza en el año 2000. La última resolución es de 2016 y ha sido de laOficina de Armonización del Mercado Interior (OAMI) europea, la que ha decidido que se declare nulo el uso de dicha denominación en estos restaurantes. La presidenta de la Comisión Antimafia en Italia, Rosy Bindi, celebraba la decisión asegurando que es importante que no se permita «hacer folclore con este término». Esta resolución, en cualquier caso, ha sido recurrida por los titulares de la franquicia, que además puede ser objeto de recurso ante oitros tribunales europeos con posterioridad. Los dueños de la franquicia aseguran que el origen del nombre de la franquicia se trataba de un guiño al cine, en especial a El Padrino.

Olvidos.es abre un espacio de debate. Comenzamos este proceso presentando una selección de artículos de prensa que reflejan la polémica y un primer artículo de opinión del profesor de Filosofía José Antonio de la Rubia, Hechos y relatos, acerca del asunto. Ahora es su oportunidad de opinar, lector.

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2 comentarios en «La mafia como marca»

  1. No es fácil encontrar un artículo tan ameno y jugoso. Totalmente de acuerdo con lo esencial. “Si no sabemos distinguir la realidad de la ficción es que la corrección política ha acabado definitivamente de pudrirnos el cerebro. Sin embargo, sí debemos ser vigilantes y censores ante la posibilidad de que el imaginario legitime la realidad”.
    Quiero introducir algunos matices, que creo de interés a tan sustancioso artículo. Lo haré centrándome en “hechos” y “relato” e introduciendo la dimensión del “acto”. Miraré para ello un objeto llamativamente visible y de una dimensión descomunal (no el personaje, que no es tan atractivo como El padrino, sino el conjunto al que remite): Trump.
    Los hechos:
    – Poner una valla (ya estaba, pero la prolonga)
    – Instaurar el Twitter como medio de “comunicación” (para minimizar el poder crítico de la prensa)
    – Mostrar pluma y papel con firma de los decretos, señas evidentes de que sabe escribir (un ideal entre la población analfabeta a captar).
    – Mostrar en cada gesto determinación (teatral y de compadre mayor del reino) señal clara y esperanzadora para indecisos descerebrados…
    Pero los hechos, cuando el real anuda al sujeto mediante un significante, son actos. Actos (que no acciones) que constituyen, en este caso, el a,b,c fundamental y fundador de una nueva forma de… ¿hilar, tejer, construir? lenguaje. No es que el populismo sea nuevo, pero sí el modo en que se realiza, mediante resonantes actos inaugurales.
    El populismo ya no es una ideología (lo de menos son las ideas, importa más lo que se detesta y excluye, no lo que se piensa) es un movimiento pastoral, que forma grupo solidario (en las denominadas “redes sociales”) al buscar los puntos de rabia y odio comunes. Lo que une son ombligos al deseo de arrancar de raíz aquello que duele en la vida y que no se puede o no se quiere asumir. La cabeza codiciada de turco y su corte.
    El relato de Trump ha cambiado la mentalidad: el tipo de mensaje y el posicionamiento del sujeto, pero también ha reafirmado el nuevo medio. Un medio de “comunicación” que no tiene que sufrir filtros ni críticas. Nada de instituciones públicas, ni revistas ni periódicos. Como faraón, su mensaje es escueto como un tweet y siempre remite a su primigenio origen, que es su santa voluntad. Y, con su gracejo artificial como su piedad, ha hecho de la realidad una la carátula de una ficción pasional y salvífica.
    Sus preceptos, aparentemente caprichosos, encubren la materia oscura del mercado global. Dando golpes de efecto, postula que la fe (naturalmente en él o en cualquier pastor como él) es un camino más corto que la razón. En la tramoya de ese teatro se sabe. La ilusión fundida en la pasión es el mejor instrumento de persuasión. Darse el trabajo de encontrar posibles soluciones es obsoleto y tedioso. Mejor descargar violentamente lo que nos aflige y desespera, es más económico. ¿Por qué no romper farolas, escaparates o quemar contenedores al grito de libertad?
    Con mano larga extiende su brazo por el ancho mundo. Y con fervor aprieta las teclas y predica en sus tweets, que la ética tiene que ser asumible, ventajosa y fácil. El ejercicio racional es trabajo para otros. Yo, faraón y personaje con flequillo rubio, rodeado de mujeres despampanantes y de compadres con rifle, compongo para vosotros los cuatro eslóganes que resumen vuestras inquietudes.
    Ante todo veréis en mí, no el vehículo de vuestros más íntimos deseos (con ellos os la avíais vosotros) sino la solución a lo que os fastidia o asusta. Ese bute, esa piedra en el zapato, ese vecindario lleno de ladrones, violadores, drogadictos y demás indigestos, debéis machacarlos. Hacerlos desaparecer, así, como en el capitolio. Y también, quitad de en medio a quienes se atrevan a defenderlos. Así, eso que os inquieta tiene nombre, y aquí estoy yo para decirlo: tal, tal y tal. Pues bien, eso desaparecerá como por encanto.
    Tened fe en mí, dice el pastor a sus ovejas republicanas.
    Tenéis claro que “deseo” significa, ante todo, lo que queréis echar fuera. Y entonces, debéis saber que yo cumplo mis promesas. Vuestros deseos, vistos así, están para cumplirlos. Si os adherís a mis tweets, os proporcionaré satisfacción inmediata. El milagro está servido.
    El fin, efectivamente, justifica cualquier medio. Toda tropelía sirve, si se trata de conseguir buenos fines: expulsar inmigrantes, combatir al adversario político como enemigo de guerra, borrar del mapa a cualquier periodista que se aproxime a lo que no le incumbe, separar niños de sus madres, lanzar bombas para acabar con poblaciones molestas, usar el rifle como en el lejano Oeste o matar adecuadamente a las minorías pedigüeñas e impertinentes.
    Yo soy como vosotros y vosotros como yo, aunque todavía no tengáis estos miles de millones de dólares, estas mansiones con campos de golf, estas mujeres rubias ni esos coches y trajes igualmente tan horteras.
    Os digo de corrido lo que debéis cumplir:
    Los actos tienen consecuencias si los hacen otros, para mal. Si los haces tú, para bien. Haz lo que te zumbe, siempre que no me incordies.
    Todo el mundo es responsable: los otros de lo malo, los nuestros de lo bueno. ¡A por ellos!
    Da igual lo que pienses, siempre que no hables, no escribas, no manifiestes ni lleves insignias contrarias a mi caprichoso e inescrutable deseo, que siempre estará más allá de lo visible. ¡Calla y vótame!
    Ese lado oscuro, por más que te incite a la desconfianza, debes creen que es blanco como el sol que alumbra mi flequillo. Mi imagen te iluminará las mentiras a creer.
    ¡Ten fe… y verás!
    Dicho de otro modo: todo está permitido (y como no puedes hacerlo no importa) si yo (el poder) lo consiento. Ni ley, ni Estado, ni instituciones obsoletas: anarquía, en el sentido más zafio. El único y su precariedad o cada perro se lame… hace mercado, pero no mercado regulado y necesario, sino libre. Tan libre como mi capricho o el capricho de cualquiera a la misma sombra. Un poder “personalizado” y fáctico (tirando siempre hacia abajo del lintón), capaz de tunear esa realidad de intercambio, siempre desigual pero cada vez más desigual.
    Los actos son reales como la vida misma, pero están a la base del signo que instituyen. En ellos el sujeto está plenamente implicado y, podríamos decir, renace tras la boda como hombre o mujer casada, como inmigrante “sin papeles”, como “población de riesgo”, o como cualquiera otra forma en que el significante nombre en ese acto inaugural. En este sentido el hecho, que acto, sí hace cultura, incluso civilización.

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