Recuerdos berlineses alrededor de 1990

Federico Fernández-Crehuet López

Entiendo que se celebren los 25 años de la caída del muro. Este hecho ha afectado positivamente a muchas personas y supone la desaparición de una dictadura odiosa. Pero algunas personas, ideas y experiencias se quedaron en el camino. Y algunos siguen aún en los márgenes de esa historia oficial.

Justo después de caer el muro de Berlín, un día en clase de “Introducción a la Filosofía”, Juan Antonio Estrada nos dijo algo que entonces no alcancé completamente a entender, pero que, no sé por qué razón, me quedó grabado. La argumentación era aproximadamente la siguiente. Hay quienes se empeñan en interpretar la caída del muro de Berlín como la derrota del marxismo, como si ya no fuera posible alternativa alguna al capitalismo, como si, por arte de magia, los errores que el marxismo señalaba al capitalismo hubieran desaparecido. El marxismo estaría compuesto por un diagnóstico sobre los desequilibrios y puntos débiles del capitalismo y, de otra parte, por una terapia política, es decir, de un sistema político alternativo al capitalismo. Solo éste último es lo que se acababa de venir abajo. Las barbaridades capitalistas seguían vigentes.

Un recuerdo que tengo de Berlín, bastante posterior a la caída del muro. Sería el año 1998. La euforia ya había quedado atrás. Yo vivía cerca de la Franz Mehring Platz, frente al imponente edificio del diario Neues Deutschland, en una residencia de estudiantes.

Junto a casa, a la derecha del edificio que se muestra en la foto, se hallaba la Hauptbahnhof, que, en otros tiempos, había sido una puerta de enlace fundamental con Silesia, de donde procedía un intenso tráfico ferroviario cargado de carbón. Un buen día, los operarios estaban cambiando el nombre de la estación –bastaron un par de letras- para “degradarla” de Hauptbahnhof (estación principal) a Ostbahnhof (estación del Este). De este modo, el centro ferroviario de la antigua Alemania del Este dejaba de ser la estación de referencia para pasar a ser una estación más (eso sí, con parada de los ICE, los trenes de alta velocidad) de la red alemana.

Friedrichshain, Lichtenberg y Marzahn, los barrios del Este que yo mejor conocía (Prenzlauer Berg se convirtió rápidamente en un refugio de los niños bien del Oeste de Alemania, o esa impresión me daba), mantuvieron arquitectónica y socialmente el ambiente “Ossi” que a mí tanto me agradaba y en el que me sentía mucho más cómodo. El muro había caído pero durante los 90 la ciudad, a pesar de todos sus cambios y su cielo lleno de grúas, no terminaba de “integrar” a los barrios del Este. Una anécdota al respecto puede ser esclarecedora y simbólica. Mi obsesión deportiva, con la que convivo como mejor puedo, me hacía recorrer en bicicleta de carretera los 60 kilómetros que separaban Berlín de la frontera polaca por una intrincada red de carreteras secundarías. Una vez que pasaba por Eckner, un pueblecito a unos 20 km de Berlín, la bicicleta empezaba a temblar extrañamente, y lo hacía de forma tan virulenta que siempre pensaba que iría de bruces al suelo. No entendía este extraño fenómeno. Y cada vez que hacía este trayecto me quedaba realmente perplejo. Roland, un amigo de aventuras ciclistas, antiguo corredor profesional en la RDA, me explicó qué sucedía. Muchas de las carreteras de la antigua RDA estaban construidas bien con adoquines bien con enormes placas de hormigón; sobre ellas, tras la caída del muro, habían extendido una fina capa de asfalto: la apariencia era una carretera nueva y saneada; la realidad una vieja vía sobre la que saltaba el delicado cuadro de mi bicicleta como un potro desbocado. Todo un símbolo. Esa fina capa de asfalto y el make-up ferroviario parecían todo lo que estaban dispuesto a hacer los alemanes del Oeste por los del Este. ¿Ese era el gran cambio? El Instituto alemán de Economía (el DIW), en un informe publicado con ocasión de los 20 años de la caída del muro, sostuvo que los alemanes del Este habían alcanzado el 80 % de los ingresos medios de un ciudadano del Oeste; en cambio, la productividad por cabeza de los ciudadanos del Este sigue siendo del 70% en comparación con la de los del Oeste. Mis recuerdos eran (quizá) injustos.

Estadísticas que chocan con mi experiencia personal y, lo que es más curioso, coinciden con la imagen de unidad que a bombo y platillo se quiere vender. Integración que estaría representada en la cúpula del Estado por la señora Merkel, la Canciller alemana, y Joachim Gauck, presidente de la República, que, además fue Comisionado para los Archivos de la Stasi.

Mis recuerdos son distintos. He visto, en la puerta de la biblioteca del departamento de filosofía de la Humboldt Universität (la Humboldt y la de Leipzig eran las universidades más prestigiosas de la RDA), los libros de ideología marxista tirados en el suelo y sellados con la palabra “Ungültig” (Inválido). Aún conservo en casa el diccionario de filosofía en dos volúmenes publicado por el Bibliographisches Institut de Leipzig, editado por Georg Klaus y Manfred Buhr. Su pecado se encuentra en la primera línea del prólogo: “El diccionario filosófico es el primero que se hace de este tipo, construido sobre principios marxistas-leninistas”. ¡A la basura con él!

Frente al edificio principal de la Humboldt, en el suelo de la plaza que flanquea la facultad de derecho, bajo la atenta mirada de Engels y Marx, que están representados en las vidrieras polícromas de aquel edificio, se instaló un ventanuco de cristal por el que se contemplan una biblioteca subterránea cuyos anaqueles están vacíos. Es el monumento que recuerda la famosa quema de libros  (Bücherverbrennung) de 1933. De la otra, de la purga de libros de mediados de los 90, desde luego mucho menos importante cuantitativamente, no sé quién se acuerda.

Pero el asunto no se quedó ahí. Recuerdo haber asistido a un seminario sobre bioética impartido por lo que se llama un Privatdozent (profesores que solo eran contratados para impartir seminarios concretos de una semana o dos). Al final del seminario (apenas éramos cuatro alumnos), me acerqué para felicitarlo y también, todo hay que confesarlo, para ver si había alguna posibilidad de buscar alguna plaza de asistente. Aquel hombre, enjuto y de mediana edad, me contó su expulsión de la Universidad de Berlín por pertenecer al SED (el antiguo partido socialista con cuyos lideres se reunió Willy Brandt al día siguiente de la caída muro, como ahora nos cuenta el Frakfurter Allgemeine Zeitung: http://www.faz.net/aktuell/politik/25-jahre-mauerfall/25-jahre-mauerfall-wollen-wir-nicht-erst-mal-miteinander-anstossen-13256922.html). Se debía contentar con impartir estos pequeños seminarios y sobrevivir con la miseria que le pagaban. Adriaan in´t Groen acaba de publicar un libro titulado “Jenseits der Utopie. Ostprofessoren der Humboldt Universität und der Prozess der deutschen Einigung” (Metropol, 2013) en donde pone los datos a mis recuerdos: de los 500 profesores que había en la Humboldt, 366 fueron apartados bien por pertenecer a la Stasi o al SED o bien por tener ideas comunistas. El proceso fue llevado a cabo por una comisión de expertos que evaluaba calidad científica y compatibilidad ideológica con la nueva Alemania.

Lo cierto, y lo he visto con mis propios ojos, es que la Unificación o Reunificación creó una generación perdida: aquellos que tenían 50 años o más a principios de los noventa difícilmente se pudieron acomodar en las estructuras sociales y económicas de la Alemania del Oeste; sus ahorros quedaron reducidos a la mitad de la noche a la mañana, muchos sin puesto de trabajo, otros reciclados como mejor pudieron. Todos sin mucha esperanza, salvo la idea, repetida por todos, de que sus hijos tendrían más posibilidades en la nueva Alemania. No solo tenían Ostalgie (Ost: Este; Nostalgie: nostalgia) sino que sabían que el futuro no era su tiempo. Desde luego yo tampoco tengo Ostalgie. Ni idealizo la vieja RDA. Para eso no hay mejor antídoto que una visita a la prisión de Berlin-Schönhausen (http://www.stiftung-hsh.de/downloads/CAT_212/2010_12_07_Spanisch.pdf). Posiblemente idealice mis años berlineses, pero para eso hay otras razones más personales. Entiendo que se celebren los 25 años de la caída del muro. Este hecho ha afectado positivamente a muchas personas y supone la desaparición de una dictadura odiosa. Pero algunas personas, ideas y experiencias se quedaron en el camino. Y algunos siguen aún en los márgenes de esa historia oficial. Por eso, pienso que Juan Antonio Estrada se quedaba corto con su tesis: no solo el marxismo sigue denunciando los fallos del capitalismo, sino que éste, en su papel de actor tras la caída del muro, jugó un papel funesto, creando aún más desigualdades y excluyendo a no pocos ciudadanos de la antigua RDA de los derechos y bienes más esenciales, de los que, paradójicamente, hace gala y con los que se adorna su supuesta superioridad moral la actual Alemania.

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