Copilotaje

José Luis Azpitarte

José Luis Azpitarte caza con su objetivo el movimiento. Fotografías fijas que se mueven. Mientras alguien mueve el volante, el fotógrafo mueve su mirada.

Parar el movimiento, parar el tiempo. Lo fijas en un ciento veinticincoavo de segundo y ya no queda nada de ese movimiento, de ese tiempo, solo una foto fija, una ilusión. Entonces, ¿cómo reflejar el movimiento con la fotografía? No es posible, no hay movimiento, no hay tiempo en una mirada fija. Sólo nos queda la ilusión, un ensueño.

Me instalo en el asiento del copiloto y comienza el viaje. Con el coche apenas en marcha nos cruzamos con una maratón, con un corredor. Han sido segundos y de él solo me queda una vaharada, un halo en el que sin embargo siento su respiración, su latir, su sudor, su cansancio. Ya no es un hombre, es un hombre que corre, una abstracción.

Bajo el cristal y dejo pasar el aire, y con él los paisajes: edificios borrosos que más que ensueño son pesadilla, temblor de una época que se ha instalado en nuestras vidas. Modernas construcciones en tierras que ahora son de nadie, de un banco, de nadie. Pero al tiempo, hemos dejado la ciudad, estamos en la meseta y diría que estamos en el olvido si no fuera por sus campos obedientemente segados. La vida entre tanto llano, una casucha solitaria.

Pasan las horas y el sueño me vence, el ronroneo del motor, se convierte en mi canción de cuna a pleno día. Tengo los ojos cerrados y escucho una canción, buen ritmo, y vienen a mi mente imágenes fugaces, movimientos coordinados, un paso aquí un paso allá, me agacho, me levanto, choco esos cinco, me quito la gorra, me la vuelvo a poner, todo se junta, se nubla, ese baile se convierte en un sueño lejano que estoy teniendo ahora. Me duermo.

Y de pronto despierto y es de noche, los kilómetros pasan sin distinción. Hemos dejado el ensueño  para quedarnos con la incertidumbre. No vemos más allá. Todo es sorpresa oscura, encuentro repentino. Estamos los dos solos frente a la carretera, la distancia ahora pesa. Solos nosotros, en silencio, y el ruido del motor ha dejado de ser canción de cuna. Nos recuerda la pesadez de un viaje que busca otra ciudad. Aquí está, detrás de un arco del triunfo, arco de la derrota, túnel infame, temor de mujeres y hombres, solo a veces iluminado por los faros de un coche, ahora el nuestro, que pasa y cualquier cosa ilumina.

Es de día. El viaje ha terminado. Me asomo a la calle y ahora es la luz. Gritos, cánticos, banderas. Estoy quieto pero el tiempo no para y con él mujeres en lucha que avanzan, jóvenes al frente todavía sin miedo, sin nuestros miedos.

Comparte

Deja un comentario