Una alternativa al discurso del miedo

Ana Rubio

La cultura política occidental se conformó a partir de la exclusión y subordinación social y política de las mujeres, al tiempo que como un poder de   naturaleza grupal no individual. El fundamento del poder que dio paso al Estado moderno se diseñó a partir del miedo y la violencia. Un miedo que aunque siempre ha estado presente en los discursos políticos, la Modernidad y las declaraciones de derechos lo reestructuran cambiando su sede y configuración. El miedo de los modernos, es un miedo al otro,  a los otros iguales, con los que compite y a los que se enfrenta en la conformación de su individuación. Por este motivo, la construcción del “nosotros”, los iguales, que conforman las declaraciones de derecho no disuelve el miedo, sino que lo transforma en fundamento y necesidad del Estado, para que garantice la supervivencia y el ejercicio de los derechos individuales. El miedo queda así presente de forma permanente en la vida social, haciendo que la seguridad sea el principal objetivo del poder y su fin primordial.

 Al ser el orden y la seguridad los fines esenciales del Estado, la vida y la libertad individuales quedan sometidas a sus exigencias y su desenvolvimiento limitado al espacio que diseña y fijan las Leyes. Esto explica que el discurso de los derechos esté desconectado de las necesidades básicas y vitales de los seres humanos y de la protección y cuidado de la vida, para centrarse en aquellas exigencias que tienen como fin último garantizar todo lo necesario para que los individuos pertenecientes a las clases sociales con poder puedan desarrollar su individualidad sin miedo al otro, al otro igual. No es casualidad, a la luz de estos argumentos, que quienes realizan propuestas alternativas al actual modelo de poder político y económico, reciban como crítica y descalificación que son individuos o grupos alteradores del orden social y de la seguridad, en otras palabras, grupos anti-sistema. Sin embargo, como se puede observar cuando se analizan los contenidos de algunos de los documentos elaborados por los denominados grupos anti-sistema, lo que se pretende es construir un poder político y económico, a nivel estatal e internacional, que garantice los derechos humanos de los individuos y de los grupos, y que satisfaga las necesidades básicas de todos los seres humanos, a través de un modelo de desarrollo humano sostenible para el planeta. El nuevo modelo político que es preciso promover es aquel que supere el miedo al otro, al otro igual o diferente, y que sustituya el  presunto desorden asignado a la igualdad, por la vindicación de una igualdad compleja, en la que la igualdad y las diferencias que conforman a las y los individuos en todo aquello que le es propio y esencial, esté en la base que justifica la necesidad del Estado y legitima el ejercicio del poder social y político.

Cuando las teorías políticas dominantes exaltan el valor y la trascendencia del orden y la seguridad, frente al uso y ejercicio de los derechos, lo que se  sublima es el miedo, convirtiéndolo en elemento racional de la sociedad. Esto implica que sólo se puede ser libre en el marco que el sistema establece, lo que exige moldear los deseos y los sueños individuales a las necesidades de la política y del mercado.

Cuando los deseos son reprimidos, ante el miedo, y ajustados a los límites que marca el poder del Estado, las necesidades básicas de los seres humanos quedan fuera del interés del Derecho y del Estado; y los riesgos o amenazas a la vida  humana y a los derechos efectos colaterales que produce el mantenimiento de un determinado orden social y del estilo de vida que se considera aceptable. La aporía de este discurso es que justifica la destrucción de la vida humana de los otros, o la falta de derechos de algunos de los iguales, como exigencias para proteger la vida humana propia y un determinado modelo de desarrollo y de progreso social ¿Cómo invertir este proceso?  Del mismo modo que el discurso igualitario logró invertir en el pasado la sociedad del antiguo régimen, basada en el privilegio y la desigualdad, el discurso del desarrollo humano ha de servir  para construir un nuevo pacto social, del que surja un nuevo modelo de poder y de sociedad, así como de constitucionalismo.

Los presupuestos que subyacen en el modelo de desarrollo humano sostenible, sobre el que existe un amplio consenso social, pueden servir de base para el desarrollo de los presupuestos sobre los que se construya el nuevo” nosotras y nosotros”, que ha de conformar la futura comunidad política, así como el catalogo de derechos que han de ser de base para legitimar las nuevas estructuras de poder político. Dada la centralidad que tienen las personas en el concepto de desarrollo humano y no el beneficio, y el valor asignado a la vida, la vida humana y su cuidado, desarrollo y protección en igualdad, cabe decir que este fin es base suficiente desde la que irracionalizar el poder de dominio actual y la violencia sobre la vida, que la biopoder de los Estados hoy impone.

Para lograr este objetivo es necesario un nuevo pacto social  interclasista y metaestable que sustituya al actual, y desde el que sea posible conformar un nuevo constitucionalismo para el siglo XXI. Desde estos presupuestos éticos y políticos la legitimidad del poder vendrá otorgada por su capacidad para ser inclusivo de la vida, la maternidad y la paternidad, y el reconocimiento de las mujeres y de los  hombres como sujetos coparticipes del poder.  Si el pacto sexual excluyente que está en la base del modelo de poder y de Estado, es pre-social y además político, debe ser desde este mismo nivel desde el que se le sustituya, consagrando la equipotencia y la reciprocidad de mujeres y hombres en la construcción y ejercicio del poder y en el desarrollo de un nuevo modelo económico y social, desde el que conformar el modelo de desarrollo que se desea, el desarrollo humano.

Se debe recordar a la luz de todos los argumentos expuestos que la inclusión y la exclusión social son caras del mismo orden, lo que implica que no cabe desarrollo democrático, ni progreso social sin que la exclusión social sea superada. Debemos ser muy críticos con la actual cultura de los derechos y con los cambios que se están produciendo en la estructura formal del Derecho. Los retos a los que nos enfrentamos este momento no están tanto en la critica a los discursos dominantes, como en la creación de nuevos conceptos, teorías y categorías jurídico-políticas, que acompañadas de un discurso utópico potente, iluminen el hacer político, logrando que el derecho sirva  para conformar espacios de autonomía individual y de poder para las mujeres, y hombres, haciéndose permeable a sus necesidades e intereses.

 Hay quienes no desean hablar de cambios y restan valor a este tipo de análisis, críticos y de propuestas políticas, pero en estos momentos de implantación de un nuevo modelo económico y de la reforma radical del aparato institucional del Estado para ajustarlo a las demandas del capitalismo mundial y a las consignas de las grandes corporaciones, es cuando más se necesita de la utopía, de teorías que hablen de emancipación humana  y de respeto a la vida, la vida humana y su cuidado. Desde estos presupuestos éticos resulta difícil ignorar la relevancia social y política de los derechos humanos y de un modelo de desarrollo para todas y todos.  

Para concluir, quisiera exponer una preocupación, los últimos documentos políticos gubernamentales cuando hablan de igualdad en derechos y de desarrollo humano se limitan a establecer propuestas programáticas nada novedosas y bastante abstractas. Pero no estamos ya en el tiempo de las grandes declaraciones, es necesario dar un paso adelante y acompañarlas de acciones concretas para producir el cambio económico, social y político que la protección de la vida de todas y cada una de las personas exige.

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