Nick Drake

José Miguel Molero

El amargo encanto de la melancolía

Ya Robert Burton en su Anatomía de la melancolía (1629), citando a Platón hablaba de la música y su relación con la melancolía: “Muchos hombres se ponen melancólicos al escuchar música, pero les causa una agradable melancolía, y por lo tanto, para quienes están descontentos, con pesar, miedo, dolor o están abatidos, es el mayor remedio presente”

Si hay un artista para el que las etiquetas de músico de la melancolía y de músico de culto  no son un mero cliché, ése es Nick Drake (1948-1974).

Una treintena de canciones, dos horas de música recogidas en tres discos, unas pocas actuaciones ante un reducido público y un puñado de fotos, son toda la vida pública de Nick Drake, escaso bagaje que sin embargo esconde una de las obras más influyentes de la música popular de los últimos 50 años. Treinta y siete años después de su muerte, su obra es ahora una de las más reivindicadas. Si en vida apenas vendió unos centenares de discos y su nombre no fue conocido más allá de sus círculo más próximo, hoy no es difícil encontrar su influjo en las composiciones de muchos artistas, de tan amplio espectro estilístico, que su variedad da idea de la complejidad y de la densidad de su obra.

Poseedor de una prodigiosa técnica a la guitarra, de formación autodidacta, se convirtió en uno de los mejores guitarristas de su generación, no tanto por la maestría de sus punteos, como por la originalidad de los acordes y la excentricidad de las afinaciones, que introducían un elemento perturbador en sus melodías. Su guitarra y su embriagadora voz conforman la base de unas composiciones que, ya sea desnudas de cualquier otro acompañamiento, o envueltas en arreglos orquestales o jazzísticos, resultan cautivadoras.

Rastreando sus variadas influencias que van del blues de Robert Johnson, a los poemas de Blake, de la marihuana (Mary Jane), a los antidepresivos, del primer Dylan, a la música de cámara de Frederick Delius. Y Bach, Beatles, Gershwin y Randy Newman,  la guitarra de Bert Jansch y la exuberancia orquestal de Ravel,…  Se pueden atisbar los componentes que ayudan a conformar una obra intemporal e inclasificable, original y de tan especial, difícilmente repetible sin caer en la mímesis absoluta.

Las continuas referencias en sus letras a la naturaleza, a los árboles, a las estaciones y al paso del tiempo, a la magia de la vida y su complejidad, no son más que símbolos, deudores de la poesía visionaria tradicional inglesa, que desvelan a un idealista romántico que no logra escapar del halo de melancolía vital en que habita. Aún así, no se debe considerar a Drake un poeta; sus letras eran más bien la faceta verbal de su creatividad, que se completaba con el acompañamiento de su voz y de su guitarra.

El componente trágico de su temprana muerte,  lo premonitorio de algunas de sus letras, el aura de fracaso, pueden resultar en principio un reclamo romántico que atraiga a su escucha; pero una vez traspasada esa primera estancia, uno se encuentra una obra intensa y con la suficiente entidad como para hacer olvidar todo el  acompañamiento superficial. Aproximarse a ese mundo es entrar en un extraño lugar donde es difícil separar la desolación de la melancolía, donde el visitante no puede menos que sentirse invasor de una intimidad que no por pública deja de ser muy personal.

 A Nick Drake la vida le dolía, la escucha de sus canciones lo delata; pero a pesar de todo, uno no puede dejar de pensar que seguía enamorado de ella. En el fondo, sus lamentos no son más que destellos de la consciencia de saberse vivo.

A pocas experiencias se le puede aplicar el sustantivo de epifanía con todo su significado;  el descubrimiento de la música de Nick Drake es uno de esos momentos.

Discografía:

  • Five Leaves Left (1969)
  • Bryter Layter (1970)
  • Pink Moon (1972)

Playlists:

Referencias:

The Nick Drake Files

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