«Para mí tenía que ser una película que de alguna forma transcurriera en Texas. Y quería que fuera una película acerca de los días cuando Texas tenía gloria y una especie de razón para existir. Quería una película de aventura, una película acerca de dejar senderos». Peter Bogdanovich comenta aquí su elección de Río rojo como la última proyección que se exhibe en el cine del pueblo, la que, por tanto da nombre a La última película (The Last Picture Show 1971). Un argumento iniciático, a la vida y quizás al cine. Su forma será el espejo, su tema la frontera. No la frontera mejicana, tantas veces soñada y cruzada en el cine americano, aunque aquí aparezca, sin mostrarse. Sino otra frontera, más temporal que física, la que separa la infancia del mundo adulto.
La película transcurre en ese tiempo personal de su protagonista que deambula por ese pueblo, de calles vacías bañadas por el polvo del desierto, mostrándose como una especie de limbo en donde el tiempo se ha detenido para mostrar ese cruce, ese tránsito al otro lado. Limbo, pueblo fantasma, en donde vemos a veces, la figura lejana de ese niño eterno, el amigo retrasado de Bottom, barriendo las calles, como intentando en un esfuerzo desesperado que el tiempo no pase, que el polvo del tiempo no lo cubra todo
Tanto los personajes de los jóvenes Timothy Bottoms y Cybill Shepherd, se nos muestran como un espejo en donde se miran los adultos. De esa mirada saldrán los recuerdos, los errores cometidos, los deseos perdidos. Y como un espejo los dos jóvenes repetirán los mismos errores que ellos.
También en forma especular, pero esta vez invertida, aparece la realidad que se mira en el cine. Los jóvenes no se van para emprender una aventura llevando diez mil cabezas de ganado a través del desierto junto a un puñado de vaqueros, se van, solos, a una plataforma petrolífera o al ejército. Las parejas no se casan, bajo la aceptación del padre de ella, en una boda luminosa. Tienen un romance adúltero o se magrean en la sala de un cine y tienen sexo en un desnudo motel o en una desvencijada furgoneta.
Y es también el espejo la forma en que la película se mira en el cine del pasado. ¿Que queda después del western? Un pueblo vacío, el desierto en el horizonte, el viento suena y una atmósfera nostálgica lo baña todo. Orson Welles recomendó a Bogdanovich que realizase la película en blanco y negro. Todo un acierto. El film así se nos muestra en un espacio de incertidumbre temporal entre el cine clásico y el contemporáneo. Ben Johnson, actor en películas de Ford y Sam Peckinpah, aparece aquí como testigo de ese pasado glorioso. Es el último héroe.
Pero ese cine ya no es posible, pero quizás otro cine es necesario. El cine también se ha hecho adulto y si ya no puede ofrecer grandes aventuras y glamurosos romances porque en ellas ya solo creen los estúpidos, la realidad se impone y el cine tiene que hablar de ella: Los chavales sin futuro que tienen que emigrar o los que se quedan, perpetuando el negocio de sus mayores sin poder cambiar nada. La prostitución soterrada que la mujer tiene que continuar, ya que el único camino que le queda es venderse al dinero y así sobrevivir. El sexo como lo que queda entre las grietas, como la última realidad a la que agarrarse para poder sentir un mínimo contacto con los demás aunque sea un sórdido polvo sobre una sucia mesa de billar. Sexo y polvo del desierto. Desear y follar mientras la arena va entrando en las casas.
Pero el sexo no es suficiente y si exceptuamos las relaciones entre Bottom y Cloris, que sí son plenas, el resto son una sucesión de insatisfacciones constantes. Cybill y Jeff no consiguen consumar su primera vez en el motel y cuando lo consiguen, para Cybill ha sido toda una decepción. Cuando empujan al muchacho retrasado sobre una prostituta, aquel eyacula precozmente. Cybill y Bottom huyen para casarse y son atrapados antes de conseguirlo. Bottom intenta hacerlo con su primera novia en la furgoneta y terminan peleándose. El polvo sobre el billar que a Cybill termina pareciéndole sucio y sin sentido y otra vez Cybill, cuando va a la fiesta de los jóvenes ricachones del pueblo, dispuesta a todo, su propia virginidad le impide realizarlo. Frustración e insatisfacción parecen ser los sentimientos constantes que planean sobre cada situación. Es como si los personajes, movidos quizás por la moral del cine clásico no fuesen capaces de realizar el acto sexual. Sólo el amor y la escapada a México, la eterna frontera, el sitio fuera de la moral y la ley yanquis, permitirán a los personajes cumplir sus expectativas. Pero como si fuera un pecado, a la vuelta, Bridges y Bottoms reciben la noticia de la muerte de Ben para así volver a la frustración.
Un pequeño oasis será el descubrimiento del amor por Bottoms. También un oasis para la vida gris de Cloris, la mujer adulta con la que vivirá un romance. También ella se mira al espejo de Bottoms, le reflejará su juventud perdida y ella florecerá durante unos breves instantes que redimirán, mediante el amor, a esos dos seres solitarios. Ya no queda nada en que creer y el amor se resquebraja así como la amistad.
La juventud y la amistad parecen indisolublemente unidas. La ruptura de la misma será el paso definitivo al paso a la edad adulta, algo se ha perdido. Bridges y Bottoms se pelean y éste es herido en el ojo, que aparecerá a partir de ahora con un parche. Es la marca del error, ha traicionado a su amigo. Bottoms se une así a esa ilustre lista de lisiados de la historia del cine, cuya invalidez es debida a una falta moral. El odio vengativo de Ahab se traduce en la pierna cortada, la cojera de Holden en Grupo salvaje por su libertinaje, que provoca la detención de su amigo. Aunque también está John Ford, admirado por Bogdanovich, con su eterno parche en el ojo. ¿Nos habla Bogdanovich también del cine? ¿Es ese ojo único, el ojo de la cámara? ¿El ojo del cineasta que opta por mirar la realidad de otra manera?
Bogdanovich pensó que, tras el cine clásico, quedaba un desierto; pero abrió las puertas a otras formas de contar. En esa extensión de terreno había mucho por construir, muchos terrenos por explorar. Lo que vino después ha llenado ese desierto, sí, y de qué manera. Ahora es un enorme parque de atracciones. Cuando el cruce de la frontera se ha consumado y somos ya adultos y hemos cumplido con los rituales correspondientes, sentir la muerte, el sexo, imbuirse en el amor, ya solo nos queda mirar atrás y observar al niño, solo en la calle barriendo el desierto, y verlo morir. El adiós definitivo a esa infancia que hemos dejado atrás.