Migrantes, refugiados y alambradas

Luis Carlos Nieto

Hace más de doce años que hacia la primavera nos juntamos en Motril gentes de las procedencias más variadas para hablar sobre personas que se desplazan, sobre derechos, sobre democracia, sobre exclusión social en las “Jornadas Derechos Humanos e inmigración”. Y lo hacemos en la sede de la UNED de Motril porque es el lugar donde al comenzar este siglo un grupo de personas  preocupadas por la deriva que estaban tomando las violaciones de los derechos humanos en los espacios fronterizos comenzamos esta convocatoria anual, con la idea fundamental de “juntar gente para pensar juntos” sobre la exclusión social a que eran sometidos los “extraños”, los “otros”. Se trataba de debatir sobre una idea central que a nosotros nos parecía evidente, que con derechos e inclusión se vive mejor que con violencia y exclusión. Desde entonces más de doscientas personas han sido ponentes en este foro que pretende que la excepcionalidad de la frontera no venza a la cultura de los derechos humanos. No se debe mencionar en este pequeño espacio a ninguno de los participantes pues todas las intervenciones han sido igual de importantes para crear esa disposición de tantas personas a bajar una vez al año a Motril para hablar de derechos humanos, de su universalidad.

Desde aquel inicio los problemas concretos sobre la situación de los migrantes han sido diferentes (Directiva Europea de Retorno, negación del derecho a la salud como derecho universal, situación de los CIES y tantos etcéteras) pero todos ellos ha pivotado sobre la idea (ideología) de que los derechos humanos no son universales sino que pueden restringirse a los de fuera. Esto en época de bonanza y aún más en tiempos de crisis.

Este planteamiento ha hecho que las migraciones en lo que llevamos de siglo XXI se estén dando en unas condiciones de clandestinidad y sufrimiento sin límites. Las migraciones actuales se están produciendo en un contexto de violación sistemática de los derechos humanos a lo largo de toda la ruta  migratoria.

Y en nuestras fronteras más próximas la situación actual de crisis, más bien la forma de gestionarla, puede agudizar esta situación.  El desmantelamiento de los principios esenciales del estado social ha supuesto un retroceso de los derechos económicos y sociales de tal calibre que ha producido un incremento en la brecha de desigualdad contra la que los ciudadanos están protestando a través de los métodos constitucionales, como ejemplo las mareas ciudadanas. Se puede decir que para mantener los recortes en los derechos sociales ahora le está tocando el turno a los derechos civiles y políticos (reforma del Código Penal en materia de delitos contra el orden público, ley de seguridad ciudadana, entre otras).  Los derechos humanos, aunque provienen de distintas generaciones, son inescindibles y los recortes en los derechos sociales necesariamente terminarán afectando a los derechos civiles y políticos como se está comprobando actualmente. Y en medio de todo esto las migraciones continúan mientras sigue aumentando la brecha de desigualdad entre norte y sur. 

La gestión excluyente de la crisis puede agravar esta situación al aplicarse como argumento de autoridad el control y el miedo, lo que está haciendo del Mediterráneo un mar de tragedia. Es la cultura de la frontera la que crea infrasujetos, esa con la que se recibe a quienes llegan en condiciones pésimas, personas que tiritan no por hipotermia sino por miedo, que miran al fondo del mar porque no tienen derechos. Vienen a probar la leche agria de nuestros derechos, que no son para ellos, y cada día menos para nosotros. Es lo que tiene restringir los derechos del extraño, que un día nos levantaremos y nos daremos cuenta de que tampoco los tenemos nosotros.

El pasado octubre en Lampedusa más de 400 muertos, 359 el día tres y 50 el día 11. En Ceuta en febrero 15. Entre las dos tragedias las autoridades europeas discutieron sobre si es un problema nacional o de la UE y hablaron de soluciones. Pero en realidad lo hecho para evitar estos sucesos ha sido nada. La pura nada.

Y nada seguirá habiendo mientras la UE y los Estados miembros no reconozcan que existe una innegable relación entre esas muertes y sus políticas migratorias y de asilo. Frente a lo que se pretende hacer creer no son tragedias naturales frente a las que los europeos nos podamos compadecer, sino el fruto de lo que en nuestra UE se denomina “lucha contra la inmigración ilegal”. Hay que explicar la realidad de las migraciones, los años que tardan los africanos en llegar a las fronteras, su negativa al regreso, para que sea más fácil entender que los problemas se atajan mejor en sus orígenes que combatiendo sus efectos, de forma estéril y con gran sufrimiento en la mayoría de las ocasiones.

Para terminar dos cuestiones que no son anecdóticas, entre los sucesos de Lampedusa y Ceuta y Melilla. La primera, al vicealcalde de Lampedusa, Damiano Sterlazzo le dolió el abandono de la “cultura de la vida” cuando vio como se trataron las muertes en su isla mientras que el Presidente de Melilla, Juan José Imbroda, pocos meses después, ironizó con poner azafatas en la frontera con comités de recibimiento comentando el fallecimiento de quince personas. Es evidente que entre ambas reacciones hay una considerable distancia ética y moral. También una posición sobre la forma de entender la cultura de los derechos humanos.

La segunda cuestión es el debate habido sobre las cuchillas en las vallas de Ceuta y Melilla, las famosas concertinas. En el terreno simbólico la decisión de mantenerlas no puede ser más grave después de ver las lesiones tan importantes que producen. Son las cuchillas de la vergüenza y deben desaparecer. África quiere escapar del hambre, del equilibrio injusto y no puede esperar más. Tienen un proyecto de vida, recursos naturales y hoy un referente universal: Nelson Mandela. Europa no puede humillar a un continente despreciando sus derechos, interponiendo muros legales y físicos. Y menos la humillación de frontera con alambre de concertina. Cuchillas contra los pobres y desheredados, que simbolizan la brecha de desigualdad.

En fin, de todo esto hemos debatido a primeros de abril en Motril y lo hemos podido contrastar con las experiencias migratorias de América Latina. La conclusión a los dos lados del Atlántico es la misma, cuanto más se profundiza en la idea de frontera más se profundiza en las violaciones de los derechos humanos. La próxima primavera nos volveremos a ver en Motril y, aunque las cosas no apuntan bien, allí estaremos con convencimiento en la fuerza expansiva de la universalidad de los derechos humanos que nunca debe ser arrasada por la cultura de la frontera.

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