Dibujos de una Granada desaparecida

Joaquín López Cruces y Juan Calatrava

A lo largo de los últimos meses olvidos.es ha ofrecido una serie de dibujos de Joaquín López Cruces sobre la Granada que pudo haber sido, imaginando la ubicación en 2014, en el actual panorama urbano, de edificios, plazas, transportes y monumentos que han desparecido. Juan Calatrava, Catedrático de Arquitectura, reflexiona sobre el trabajo del ilustrador.

En 1765, el arquitecto francés Pierre Patte superpuso sobre un plano de París todos los proyectos presentados al concurso para una gran plaza en honor a Luis XV y se permitió fantasear con lo bella que podría ser una ciudad semejante. Ciento cincuenta años más tarde, en 1920, Bruno Taut se preguntaba en Die Auflösung der Städte: «¿Se puede dibujar la felicidad?». Y, de hecho, en esos años terribles de la primera postguerra mundial, él trató a menudo de dibujarla, con sus construcciones oníricas que habrían de albergar al hombre nuevo surgido después de la masacre del 14. Pero mucho antes de que el arquitecto alemán hiciera explícita esta pregunta, ya había sido respondida en la práctica innumerables veces, y ha seguido siéndolo desde entonces.

Y es que desde hace tiempo sabemos que dibujar arquitectura es mucho más que un mero retrato pasivo de la realidad o que una simple herramienta de comunicación que permite pasar del proyecto a la ejecución. Desde que los hombres del Renacimiento rodearan al dibujo con el halo que le daba su relación directa con la cosa mentale, éste se ha ido cargando de valores críticos, de potencialidades expresivas y de posibilidades hermeneúticas cada vez más amplias. Cientos de artistas y arquitectos le han confiado durante siglos la capacidad de reflexionar graficamente sobre el entorno del hombre, de visualizar un mundo mejor o también de anclar a la memoria colectiva aquello que en algún momento existió pero que ya desapareció. Le Corbusier, el arquitecto moderno por antonomasia, llamaba a dibujarlo todo como ejercicio esencial para empujar hacia adentro, al almacén de la memoria, esos trozos de realidad que en un momento dado, quizás décadas más tarde, podrían ser convocados para un nuevo proyecto, trazando así el imprescindible puente entre memoria y contemporaneidad.

El Maristán hoy

Dibujar edificios y ciudades se ha convertido, asi, en un ejercicio crítico, y debemos acostumbrarnos a otorgar a esa «arquitectura de papel» toda su relevancia, a dejar de considerarla un mero comentario de la arquitectura construida y existente -o, en el peor de los casos, un simple divertimento para turistas- y a comprender su papel esencial en la construcción de la imagen y de la memoria histórica de una ciudad y de sus gentes.

En una ciudad tan marcada no tanto por su historia propiamente dicha como por el particular modo mitificado en que ésta ha pasado a formar parte de su imaginario, dibujar la arquitectura desaparecida equivale siempre a plasmar el sentimiento por una pérdida. Los románticos que en el siglo XIX hicieron de nuestra ciudad uno de sus lugares clave fueron los primeros en elevar su protesta contra la secuela de destrucciones patrimoniales que la imparable modernización acarreaba consigo. Ya a finales de siglo, Angel Ganivet llevaba a su culminación el discurso antimoderno lanzando su elegía por una Granada ideal a la que se le asignaba la obligación de complacerse en su aureo arcaismo y considerar como agresión cualquier atisbo de modernidad: sólo quienes no han leído Granada la Bella pueden seguir hoy esgrimiendo impunemente el mito pertinaz de «la Granada de Ganivet».

Pero no es en esa visión nostálgica y antimoderna en la que se sitúan los dibujos de Joaquín López Cruces, sino en otra línea muy diferente: la que plantea la necesaria interrelación entre historia y modernidad, la que comprende que toda ciudad histórica fue en algún momento «contemporánea» y entiende la construcción continuada de nuestro entorno como una dialéctica entre las diversas capas de ese palimpsesto (como decía Walter Benjamin) que es toda ciudad con algo de historia a sus espaldas. En 1923, un Leopoldo Torres Balbás que acababa de hacerse cargo de la conservación de la Alhambra retraducía en clave moderna las preocupaciones románticas por las destrucciones del patrimonio al escribir su Granada, la ciudad que desaparece, una llamada pionera a un modelo de ciudad que combinara las necesidades de la vida de sus habitantes con la conservación y protección (pero no momificación) de su rico patrimonio arquitectónico y urbano. Casi ochenta años después, cuando en 1999 Juan Manuel Barrios publicaba la primera edición de su Guía de la Granada desaparecida (a la que había antecedido su fundamental Reforma urbana y destrucción del patrimonio histórico en Granada) nos invitaba a realizar un paseo virtual por esa Granada que en algún momento existió. Los dibujos de Joaquín López -de los que es de esperar su continuación- nos permiten ahora visualizar la posibilidad perdida de la integración en la ciudad actual de diversos hitos de calidad arquitectónica desigual pero de significación histórica indiscutible.

Comparte

Deja un comentario