Solamente en los libros y en los mapas hemos viajado por América del Norte, solamente; también en el cinco, y por él sobre todo, conocemos Idaho y Massachussets y California y sabemos de Nueva York más que de otra ciudad del mundo y la amamos o la odiamos; pero hemos paseado por la 5ª Avenida y hemos entrado en Tiffany´ s, hemos contemplado las carteleras de Broadway y hemos bailado en el West Side o en algún local de la calle 42. Y aún antes de que Woody Allen se sentara con Diane Keaton en un banco de la otra orilla del East River para contemplar el crepúsculo de Manhattan, ya teníamos noticia de que
“La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas”. [1]
y habíamos estado con el poeta en el Brooklyn Bridge [2] y nos conmovieron sus lamentos ante el barrio de los negros:
“¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem!
¡No hay angustia comparables a tus ojos oprimidos!” [3]
Con Patricia Highsmith también hemos viajado por Norteamérica, aunque con ella nos paramos con frecuencia y nos hospedamos en casas de familias que nada tienen que ver con los Carrington o los Colby. Son familias de la clase media que, si no pasan apuros económicos, tienen que echar bastantes cuentas para poder adquirir un coche nuevo o renovar alguna alfombra.

Esta escritora, que lleva desde 1949 escribiendo novelas a las que los editores norteamericanos llaman de suspense, y que nació en Fort Worth (Texas) en 1921, se trasladó a vivir a Europa hace unos años y hoy sigue escribiendo desde un retirado pueblo suizo. Su primera novela, Extraños en un tren, se hizo famosa sobre todo por haber sido llevad al cine por Alfred Hitchcock; la última, Found in the street (Encontrado en la calle) ha sido publicada en Inglaterra, pero no ha aparecido aún en el mercado español. En el tiempo transcurrido entre estas dos obras no ha dejado de escribir novelas terroríficas en las que desde la primera página “agarra por el cuello” al lector y no lo suelta hasta el final, justamente lo que Gabriel García Márquez asegura que es obligación primordial de un buen novelista.
En España, varias de sus novelas han sido publicadas por la Editorial Bruguera dentro de su serie “Novela Negra”; es, sin embargo, muy discutible que sus novelas pertenezcan a este género. la misma escritora, en su libro recientemente publicado, Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga, dedica un capítulo al estudio del relato breve de suspense y a la novela de suspense y, aunque afirma que esta es una etiqueta impuesta por el negocio editorial en Estados Unidos –etiqueta que le endosó la crítica de su país desde que `publicó sus primeras novelas- acepta pertenecer a este género; pero en todo el libro no cita para nada la novela negra.
Efectivamente, en las novelas de Patricia Highsmith no hay policías (sí asesinatos), no aparecen detectives sin escrúpulos y políticos corrompidos, tampoco mujeres-fatal; sus personajes, como he dicho más arriba, son personas de la clase media americana [4] que ella conoce muy bien: amas de casa idénticas a las que Betty Friedan analizó en su famoso estudio de la mujer americana La mística de la feminidad (1963), hacendosas y frustradas, casadas con maridos aburridos que se sienten fracasados en sus trabajos, madres e hijos con problemas de relación. La vida cotidiana, con sus nimiedades, monotonía y pequeños problemas, el ámbito de la casa y el jardín, los lugares cercanos al pueblo donde viven los personajes y a los que va de excursión la familia repetitivamente, forman el escenario de los crímenes que ella teje en cada una de sus novelas.
Son más interesantes estas novelas como retrato de esa sociedad, puesto que el asesinato parece que ocupara un lugar secundario dentro de la trama total de cada novela. Aunque bien es verdad que la novelista confiesa su fascinación por el asesinato y la mente criminal: “Tal vez lleve dentro de mí un impulso criminal grave y reprimido, pues de los contrario no me interesarían tanto los delincuentes o no escribiría sobre ellos tan a menudo… El escritor de “suspense” suele dedicar mucha más atención a la mente criminal, porque el criminal suele ser conocido durante todo el libro y el escritor tiene que describir lo que pasa por su cabeza. Y esto no es posible a menos que se simpatice con él” [5]. Esta “atención a la mente criminal” hace que sus novelas sean lentas y minuciosas y que la acción se desencadene con suma rapidez al final del texto, al menos en términos generales: una excepción sería El cuchillo, en cuyo primer capítulo se presenta el asesinato.

Vázquez Montalbán opina que toda novela es autobiográfica, según lo pudimos oír en su última intervención en Granada (La Madraza, 26-III-87). Si aceptamos esta opinión podemos encontrar en las novelas de Patricia Highsmith dos planos de autobiografismo. Uno primero se refiere al punto de vista desde el que ella se sitúa en cada novela y que a veces coincide con el del protagonista. Se aprecia con claridad en El diario de Edith, a cuya protagonista nos presenta como una mujer “con un saludable punto de vista liberal americano, un poquito de izquierdas” y en Gente que llama a la puerta, donde Arthur Alderman, el joven protagonista, parece coincidir con Patricia Highsmith en su visión del mundo: Arthur es un muchacho a punto de convertirse en agnóstico, enfrentado al fanatismo religioso de su padre. A lo largo de estas dos novelas se suceden opiniones de la autora que demuestran su posición de izquierdas: sobre la guerra del Vietnam, los presidentes Nixon y Jonson o el control de natalidad [6] en la primera de las novelas citadas, y sus ideas en torno al aborto, al fanatismo de esas personas que llaman a la puerta para dejarnos folletos religiosos, o en torno a la política del presidente Reagan en la segunda.
En un segundo plano, el autobiografismo se puede apreciar en las descripciones prolijas que la escritora hace de las comidas y las bebidas que sus personajes preparan y consumen en todas sus novelas, en las notas sobre adornos de las casas, ajuares y muebles y en la importancia que presta a las relaciones entre vecinos y amigos y a los contactos sexuales. Y hablo de autobiografismo porque creo que solamente una mujer educada dentro de unos moldes tradicionales de atención y cuidado de la casa, de mimetización de la conducta de la madre y als demás mujeres que forman el mundo doméstico –hermanas mayores, tías, primas y vecinas- puede convertir en materia novelesca los detalles cotidianos que generalmente pasan desapercibidos a un hombre novelista. Y es de suponer que Patricia Highsmith no escapara en su niñez a una educación tradicional más o menos rígida, teniendo en cuenta además la situación social de su país, donde el pueblo vive en clara contradicción entre el apego a las tradiciones liberales en la práctica política y el arraigo a las costumbres más tradicionales en la vida social.
A lo expuesto en el párrafo anterior se me pueden poner dos objeciones: 1ª Que la cocina se ha puesto de moda últimamente en la novela, en las conversaciones entre hombres y en los estudios antropológicos; tememos un ejemplo cercano en Vázquez Montalbán como novelista que incluye en sus obras recetas de cocina. 2ª Que hay grandes escritores que también se interesan por el mundo doméstico, territorio de las mujeres hasta ahora.
A la primera habría que contestar que el caso de Vázquez Montalbán es el de un gourmet y que sus elaboraciones culinarias son “especiales”; él no se refiere a la comida cotidiana, que, como veremos más adelante, es la que minuciosamente describe P. Highsmith. Respecto a la segunda objeción, pienso en el caso de F. García Lorca, cuyas obras –las dramáticas sobre todo- demuestran que el poeta tenía un profundo conocimiento del mundo femenino; sin embargo, él representa una excepción y su interés le viene dado por la relación que mantuvo, no sólo en la niñez, sino también durante toda su vida, con las mujeres de su familia, de las que continuamente requería información que luego pasaba a sus obras transformada en poesía. Habría que tener en cuenta además su carácter homosexual, que necesariamente tenía que influir en la elección de contenidos y detalles: pero este es otro tema.
Volviendo a Patricia Highsmith, creo que vale la pena elaborar un cuadro-muestrario donde se aprecie lo que, según la escritora que nos ocupa, es comida habitual en Norteamérica.

Mención aparte habría que hacer de la comida del día de Navidad: no se celebra la Nochebuena, como en España, sino que lo realmente especial es la comida del día de Navidad. En Gente que llama a la puerta, la novelista se refiere con todo detalle a estos almuerzos: 1. Aperitivo a base de galletitas saladas y ponche de huevo. 2. Cóctel de cangrejo. 3. Pavo al horno con salsa de arándanos. 4. Verduras: batatas garrapiñadas, cebollas a la crema y guisantes verdes. 5. Postre: dos clases de tarta de frutas y sorbete de piña. Con la comida, vino y después de los postres, café.
Parece extraña esta comida de Navidad si tenemos en cuenta lo que Carson I. A. Ritchie afirma en Comida y Civilización: “el pavo, salsa de arándanos, maíz, calabaza, aluvias, todos lo ingredientes de la comida tradicional del Día de Acción de Gracias sonde origen indio”, sin embargo patricia Highsmith, aunque hace en varias ocasiones referencia a ese día de fiesta, sólo cita el pavo asado y –en El diario de Edith- lo que aportan los invitados: tarta de merengue y una botella de Four Roses, que es un bourbon whisky hecho de maíz, originario de Kentucky, y, describe la “decoración tradicional que -según Edith- gustaría a sus invitados de Nueva York encontrar en la Pensilvania rural” y que consiste en colocar en el cuarto de estar hojas amarillas, calabazas y mazorcas secas.

Por la información que nos proporcionan las novelas que comentamos, estas familias de la clase media salen muy poco a comer o cenar fuera. he encontrado media docena escasa de referencias a restaurantes: un chino, el Wah Chum´s en Nueva York –al que va una familia porque ese día tiene sus enseres en el camión de la mudanza-, otro al que acude un matrimonio para despedirse del veraneo en una ciudad costera (langosta, pescado hervido y una botella de riesling) por citar dos ejemplos que demuestran cómo las salidas a comer a la calle son excepcionales. Hay más referencias a bares a los que suelen ir los más jóvenes y donde sirven bebidas –cervezas, combinados, coke y ginebra o whisky con hielo-, comida –hamburguesas, patatas fritas, pizza y salchichas- y algo dulce, como batidos.
El extremo de este tipo de bares se da hoy no sólo en la realidad americana (los establecimientos fast food), sino también en nuestras más bellas ciudades europeas, que inexplicablemente se van salpicando de estos horribles lugares en donde se han suprimido la necesidad de chefs, camareros y demás personal especializado; “son equipos y productos diseñados para que los manejen y vendan personas escasamente adiestradas cuyo trabajo consiste en ir sacando paquetes que contienen alimentos preparados y congelados en otro lugar”. Según el antropólogo americano Marvin Harris, éste es un ejemplo álgido de la falta de especialización de los trabajadores de los servicios en los Estados Unidos.
Habría que anotar en este punto unos hechos decisivos que cambiarnos la sociedad de este país a partir de la década de los 60. Uno de ellos fue la incorporación masiva de las mujeres –en particular esposas y madres- a la fuerza de trabajo, lo que influye en gran medida en la vida cotidiana (aunque cabe pensar que la herencia de la cocina inglesa ya había causado sus estragos mucho antes, dada la conocida especialización de los ingleses en estropear la carne, por ejemplo), así como que, según Maxine Margolis, “la realidad del trabajo de las mujeres es lo que preparó el terreno para el resurgir del feminismo”. otro hecho que contribuyó al cambio de vida en Estados Unidos por esta época fue el baby boom que se había producido desde 1940 a 1950; fue en 1957 cuando el descenso de la fecundidad empezó a ser alarmante y alcanzó el nivel de crecimiento 0 en 1972, hecho que nos e debió a la píldora, ya que no se puso a la venta hasta el año 60 [7].
La transformación del ama de casa en trabajadora asalariada (mal pagada por otra parte: el salario de la mujer equivale al 58 % del salario medio del hombre) no fue correspondida, como se sabe, con una entrada del hombre en la cocina y demás faenas domésticas, y por lo tanto se produjo un abandono del rito de cocinar y una búsqueda de métodos para conseguir una comida rápida.
Por todo esto no es de extrañar que sea Norteamérica donde se da el mayor número de obesos del mundo. Contribuye a ello el consumo de carne de cerdo –costilla y solomillo, pero sobre todo chuletas- antes que otras carnes menos grasas. Sólo en una novela de Patricia Highsmith se cita el cordero y se reserva la ternera para la cena de algunos domingos. Se comen muchas patatas fritas y puré, se condimenta demasiado con mayonesa; el uso y abuso de la cerveza, como se sabe, es herencia de los colonos ingleses, que no bebían otra cosa hasta la llegada del té a Europa en el siglo XVII.
Apenas consumen pescado. Ya hemos visto cómo prueban la langosta o el salmón ahumado en días muy especiales; no existen el pescado frito o al horno, no el marmitako o los calamares rellenos. Las ensaladas se adquieren en paquetes donde se presentan las verduras ya lavadas y cortadas; la carne únicamente requiere el rito de sacarla del congelador por la mañana y meterla en el horno a media tarde. No se habla de que barbotee un puchero en el fuego, no hay sopas ni estofados, todo se cocina al horno. Son, por tanto, la nevera y el horno los dos grandes protagonistas de la casa americana y lo es también, desde luego, la “tarta de manzana de la tía Peggy” que hemos visto hasta la saciedad en las películas americanas.
Sin embargo, en los últimos años ha nacido en Estados Unidos la new american cuisine, cuyos creadores buscan inspiración en las excelencias de la cocina europea –sobre todo la francesa- y asiática. recuérdese la admiración de la familia de Angela Chaning por las especialidades del cocinero-factótum chino, Y ya vimos cómo la pérfida Alexis –de la serie Dinastía– no podía contentarse con un donut en el desayuno y se hacía traer de Francia, en su avión particular, unos impensables croissants de chocolate (¡). El interés por la cocina europea ha alcanzado lógicamente al vino, cuyo consumo se está extendiendo cada vez más por el país, dato significativo si se tiene en cuenta que hace 10 años “pedir un vino en un restaurante americano equivalía a pedir en España una paella en una heladería” [8]
Esta revolución en la cocina americana no afecta sin embargo a la clase media, ya que los productos que se importan no están por ahora a su alcance y solamente se observa el interés por la gastronomía en la prensa –recetas de cocina y noticias sobre el tema- y en las grandes ciudades. Es la clase media-alta, que puede pagar los precios de los productos europeos o los 100 o 150 dólares del menú por pareja en un restaurante neoyorquino de la new cuisine, la que deleita su paladar con manjares desconocidos hasta hace poco en este país.
Porque la lengua –Nebrija dixit. es siempre compañera del Imperio, pero de tal alianza, que es estos tiempos se confirma, no siempre sale beneficiado el paladar, vecino permanente de aquella, al menos, -y esto parece probado en las líneas que anteceden- el paladar americano, No nos atrevemos a pensar lo que pasará al día que est agente se dé cuenta de los poco que les aprovecha a todo ellos ser hijos del Imperio, mal comidos, mal amados y amantes, raptados en vuelos a Europa, asesinados –por ser súbditos de quien son- en cruceros pagados trabajosamente a plazos, gordos, feos, comparsas, medio personas. A lo mejor se nos enfadan, cogen la maleta y abandonan en masa Massachussets.

Notas
↑1 | F. García Lorca, Poeta en Nueva York, “Nacimiento de Cristo” |
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↑2 | F. García Lorca, Poeta en Nueva York, “Ciudad sin sueño” |
↑3 | F. García Lorca, Poeta en Nueva York, “El rey de Harlem” |
↑4 | Si me refiero a “la clase media americana” es porque me voy a ceñir al análisis de sólo unas cuantas novelas cuya acción transcurre en los Estados Unidos, aunque como ya sabe el lector, P. Highsmith tiene otras novelas ambientadas en Europa. |
↑5 | P. Highsmith, Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga. (El subrayado es mío) |
↑6 | La protagonista tiene que cuidar a un enfermo: “Me gustaría ver al Papa limpiando un orinal, pensó Edith, o incluso dando a luz por octava vez quizá con una presentación de nalgas. ¡Embarazo eterno para el Papa, eternos dolores de parto! Después de todo, eso era lo que él deseaba a muchas mujeres”. |
↑7 | Marvin Harris: La cultura norteamericana contemporánea |
↑8 | Ramón Vilaró: Más allá de la hamburguesa y los pantalones vaqueros. |