José Luis Azpitarte
A lo largo de los ya casi 20 años que llevo haciendo fotografía y, a pesar de haber intercalado grandes pausas, la materia bruta que me ha ido convocando una y otra vez a seguir con la cámara al hombro, a dar grandes paseos, a recorrer los recovecos, los callejones, los barrios, las fábricas, los descampados de Granada, primero, y de Castellón y sus alredores después, ha sido el abandono. Hay fotografía de retratos, de paisajes clásicos, del movimiento, de la noche; sin embargo solo siento la adrenalina fotográfica cuando de pronto descubro ese objeto olvidado y abandonado, ese edificio aparentemente deshabitado en espera de su destrucción.
Mi método es sencillo: mirar. Miro, miro y miro. Cuando tenía unos 20 años leí a Manolo Laguillo decir que no había nada que no fuera digno de una buena fotografía sino solo un fotógrafo que no hubiese mirado suficiente. Y desde ahí sigue mi mirada: esta realidad cotidiana que nos rodea, estas ciudades cuya suciedad y fealdad a veces nos abruma, son una fuente inagotable de belleza para la fotografía, para mi fotografía, que siempre se ha avenido de maravilla con lo que no es extraordinario. Tenemos que estar dispuestos a mirar de nuevo y de manera diferente, sin prisas, sobre todo aquello que se nos ha quedado cegado por su vulgaridad, por su cercanía, por su abandono, por su olvido, por su inutilidad.
Decía Susan Sontag [“Objetos melancólicos”. Sobre la fotografía] que el surrealismo estaba en la médula misma de la empresa fotográfica y que, por tanto, una manipulación o teatralización surrealista de lo real era innecesaria, cuando no francamente redundante. Mis fotografías son “objetos encontrados” pero son encontrados no tras una investigación en el mercado de pulgas sino cuando soy capaz de mirar más allá del orden y del cuidado, cuando soy capaz de encontrarme con los residuos. Es la época de la abundancia y las cosas que dejan de ser útiles apenas son consumidas. El mundo se llena de basura y a pesar de que nos convenzamos de que no está ahí, sigue ahí. He dicho que mis fotografías son objetos encontrados, más bien tendría que decir que son encuentros, ellos me encuentran a mí y yo me encuentro con ellos. Me convocan más allá de su vida útil, me instan a mirarlos en su olvido, en su abandono.
Para que una fotografía me guste tiene que gustarme por sí misma sin que tenga que tener sentido necesariamente por su inclusión en una serie, en un proyecto. Necesito que sean encuentros, que lo fotografíado me deje un poso, un silencio, unas palabras sencillas que no llegan a enunciarse, estupefacción. Una esquina, una cassette, un coche, unas oficinas abandonadas…todas estas fotos me hablan de sus existencias olvidadades pero pertinaces: siguen ahí, acumulando tiempo, historias; el abandono les ha conferido una vida oculta más allá de esa vida en que los humanos todavía les hacíamos caso.