1.- Cien es un número redondo, escrito en letras. No es 54, ni 26, ni 79. Un lienzo compuesto exactamente por cien estampas. Número redondo. Código binario. Si arrancáramos las páginas y las colocáramos al modo de un puzle, cada una de las piezas haría las veces de un todo; cada una de las imágenes del libro narra un momento, un instante, un acontecimiento de una ciudad cualquiera.
La ciudad es precisamente el título de la obra de Frans Masereel. La ciudad como principio espacial en el que confluyen población y poder. Recuerden aquí al hombre de las miradas: hay que escribir una historia de los espacios –nos decía– porque ello implica al mismo tiempo la escritura de una historia del poder[1]. Es esta co-implicación la que produce la cuestión topológica: la disciplina necesita para funcionar de una distribución de los individuos en el espacio para convertirlos así en sujetos (subiectus, sometidos). La cuestión se complica cuando son estos mismos individuos los que se hacen sujetos de sí mismos. He aquí el modo de funcionar del panóptico, de aquella máquina que ejecuta a través de una mirada oculta, de una mirada imposible de verificar.
Las imágenes son deudoras de su tiempo. Se deja notar el influjo de las aristas cortantes del grupo Die Brücke o los rostros de la película Nosferatu de Murnau, así como el expresionismo de Fritz Lang: Metropolis (1927) o M (1931) parecen copiar algunas de las imágenes del libro de Masereel. Esta obra se nos antoja un archivo: el domicilio de los arcontes (los que mandan) como lugar donde se depositan los documentos oficiales[2]; documentos que, en este caso, registran las formas de vida que el capitalismo produce. Como nos recuerda Jacques Derrida, los guardianes de los archivos son los únicos que pueden interpretarlos. ¿Y quién posee ese poder? ¿Esa potestas que es al mismo tiempo una Gewalt?
Masereel no muestra el rostro del soberano que posee el poder sobre la vida y la muerte de sus súbditos. Está ausente. Su objetivo es, en cambio, la población. Retrata los mecanismos de su gestión, sus condiciones de vida, sus niveles de seguridad o higiene, sus flujos, etc. Hobbes ha ganado la batalla contra Spinoza[3]. La población también se convierte en un concepto espacial. Poseemos dos modelos complementarios que se corresponden con dos sueños. Estos son el de la comunidad pura y el de la sociedad ordenada; aquellos son la exclusión del leproso y la disciplina del apestado. Obviamente Masereel no había leído a Foucault. Pero parece como silo hubiera hecho. Representa el doble esquema de control: 1) la división binaria (loco-no loco; peligroso-inofensivo; normal-anormal) que se atestigua en las imágenes opuestas que representan escenas de violencia psicológica y física, situaciones de miseria frente a la opulencia, etc. y 2) la asignación coercitiva: quién es, dónde debe estar, cómo caracterizarlo y reconocerlo, cómo vigilarlo de forma individual y constante, etc.[4].
El panóptico que nos presenta va mucho más allá del simple centro penitenciario de Bentham. El panóptico masereeliano reproduce la sección central de los modernos tratados de ciencia de la policía, aquella que se ocupaba de la administración del ser vivo como dato biológico: a partir del siglo XVIII, los tratados sobre el arte de gobernar dedicarán páginas a la ciudad, al urbanismo[5], aquel concepto creado por el arquitecto español Ildefonso Cerdá a mediados del siglo XIX, en el que, en última instancia, se encontraba la idea de la seguridad[6].
2.- Imágenes de tumultos que fluyen en el discurrir de las calles, trenes que van y vienen, rituales, escenas sexuales. Todo ello en movimiento. También encontramos imágenes en reposo: un fotógrafo subido a una escalera al pasar de un séquito fúnebre, las ventanas que nos muestran el interior inmóvil de sus conciudadanos, la muerte de un caballo, la estatua de un gentil. Y cada una de estas piezas se hace eco de diversos mecanismos de control y disciplina.
Hay elementos comunes que unen cada una de las piezas del rompecabezas: luces, coches, tranvías, progreso; los espacios de tránsito homogéneo; el tren como símbolo de la revolución industrial; la masa uniforme; los edificios altos y erguidos copados por chimeneas industriales, humo y campanarios góticos (capitalismo y religión); las personas encorvadas; la ausencia de diálogos (en la ciudad no se habla: se pasa, se trasunta de un lugar a otro); la mezcla entre curiosidad e indiferencia ante la muerte del otro (que al morir se despoja de su sombrero); ventanas que muestran el exterior humeante, ventanas que muestran el interior moribundo de quien exhibe la herida de la soledad; trabajadores (sin sombrero burgués) que aún portan utensilios de labranza (picos, palas, carros) para cimentar las calles y los rascacielos, dejándose la vida; burgueses que se amontonan ante el teatro o el cine o la ópera (meros divertimentos de clase, ocio sibarita al que se restringe el derecho de acceso y admisión); inmediatamente después de una escena de vida burguesa colisionamos con la vida de los suburbios (de los mendigos, de los lisiados, de los niños mirones que juegan en charcos, del lumpenproletariado); la comercialización del sexo (carteles anunciando espectáculos pornográficos, compra-venta y asesinato de prostitutas); desfiles militares como instrumento para la integración de la masa[7]; máquinas que sustituyen a trabajadores manuales; perros de mendigos y perros de burgueses; sacerdotes que expían sus culpas tras saciar sus apetitos sexuales; ventanas de sabio que no dejan ver el exterior (solo el mundo de los libros) para interpretar un mundo al que no pertenece, etc.
Algunas de estas piezas destacan sobre las demás por la violencia de sus formas: una gran sala de altos techos que cobija a un conjunto ordenado de escribas que parecen documentar la ciudad, escribir su historia o dibujar sus fronteras para archivar la verdad y sus normas (imagen 7); una pequeña sala de estrechas pero alargadas lámparas en el que se afanan trabajadoras y máquinas de escribir bajo las órdenes de una mole con ciertos rasgos vampíricos (imagen 12); un fotógrafo capaz de detener la muerte que transita tras el carruaje fúnebre en forma de viuda encarnada en la sombra (imagen 17); los especuladores de la Bolsa y el mercado de divisas (imagen 21); el obrero que corona la cima del rascacielos que construye, ladrillo a ladrillo, pero que nunca podrá visitar (imagen 32); la lucha de clases en cuyo interior no hay lugar a la posibilidad de curiosear la muerte, hay simplemente rabia contenida ante un mundo urbano propiedad del capricho burgués[8] (imagen 55); la revolución que no llega cuando se contemplan las estrellas desde la ventana (última imagen).
3.- Y aunque no ocupemos el puesto de los arcontes para interpretar la verdad del archivo, las instantáneas nos recuerdan a un texto escrito cuatro años antes de la publicación que nos legó Frans Masereel. En 1921, Walter Benjamin escribía uno de sus textos más penetrantes a pesar de su brevedad: Kapitalismus als Religion[9]. El filósofo alemán describe los rasgos de esta religión sin dogma[10]: el capitalismo, surgido a la par de la biopolítica[11], es una religión puramente de culto (1) sans trêve et sans merci (sin tregua y sin piedad), es decir, sin tiempo definido, permanente (2), y que a diferencia de otras religiones expiatorias, se caracteriza por ser un culto culpabilizador (3), en donde culpa y deuda se entremezclan (Schuld en alemán posee precisamente ambos significados). Se trata de la religión más feroz que haya existido nunca.
Si antes las Iglesias y sus intérpretes eran los depositarios del crédito (fe, pistis), en 1925 y hoy en día los guardianes que lo gobiernan y gestionan la confianza (juegan con el crédito, con la fe) llevan por nombre sector financiero o banca: trapeza tes pisteos que en griego significa banco de crédito. La crisis económica actual estalla precisamente por una serie de operaciones irregulares (juegos) sobre el crédito[12].
Masereel, como Benjamin o Kafka, nos avisa del fuego que se avecina[13]. En la imagen 21 a la que antes hacíamos mención, sobre la cabeza del banquero se halla un reloj que marca las tres en punto. El sector financiero gobierna la confianza y gestiona la fe, estableciendo a través del dinero el crédito que cada uno puede gozar. La fe no es gratuita. Y al gobernar el crédito gobiernan también el futuro.
De ahí que aunque nos digamos laicos, no somos más que siervos de una destructora religión repleta de seudo-sacerdotes en la forma de agencias de calificación de riesgo. Si la última imagen del libro de Masereel, aquella en la que una persona contempla las estrellas, nos hace esperar la revolución que no llega, habrá que acudir al pasado, al modo de una arqueología que nos ayude a comprender lo sucedido: en la primera imagen se puede ver a un hombre de espaldas sentado en el campo, sombrero sobre la hierba, contemplando a lo lejos las humeantes chimeneas de la ciudad, de aquel templo para el capitalismo. Quizá va siendo hora de que esta primera imagen del libro de Masereel se gire, desterritorializándose, y exhiba por fin el rostro, dándole así la espalda al capitalismo.
Notas
↑1 | Foucault, M., «El ojo del poder», en Bentham, J., El Panóptico, Ed. La Piqueta, Madrid, 1989. |
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↑2 | Sobre la idea de archivo, Derrida, J., Mal de archivo. Una impresión freudiana, Ed. Trotta, Madrid, 1997. |
↑3 | Sobre la polémica entre los conceptos pueblo (Hobbes) y multitud (Spinoza), Virno, P., Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas, Ed. Traficantes de Sueños, Madrid, 2003. |
↑4 | Foucault, M., Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Ed. Siglo XXI, Madrid, 2009, pp. 199-203. |
↑5 | Foucault, M., «Espacio, saber y poder», en Id. El cuerpo utópico. Las heterotopías, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2010. |
↑6 | Cerdá, I., Tratado general de la urbanización y aplicación de sus principios y doctrinas a la reforma y ensanche de Barcelona, Ed. Imprenta Española, Madrid, 1867. Véase Cavalletti, A., Mitologías de la seguridad. La ciudad biopolítica, Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2010, pp. 29 y ss. |
↑7 | Rudolf Smend, constitucionalista alemán del período de Weimar y defensor del sistema jurídico fascista, destacó precisamente por su teoría sobre la integración, en la que las marchas militares ocuparían un lugar preeminente. Smend, R., Constitución y derecho constitucional, Ed. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985 (original de 1928). |
↑8 | En las imágenes del libro de Masereel, da la impresión de que la ciudad pertenece únicamente a los burgueses, despojándola de la clase obrera. No hay que olvidar la etimología del término bourgeoisie. |
↑9 | Benjamin, W., «Kapitalismus als Religion», en Gesammelte Schriften, vol. VI, Ed. Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1991, pp. 100-103. |
↑10 | La ausencia de dogma la convierte en una religión dogmática en extremo. |
↑11 | «Ese bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; éste no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos». Foucault, M., Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, Ed. Siglo XXI, Madrid, 2009, p. 149. |
↑12 | Agamben, G., «Se la feroce religione del denaro divora il futuro», en La Repubblica, 16/02/2012 |
↑13 | Feuermelder es un término que utiliza Benjamin para referirse a quienes avisan de catástrofes inminentes con el objetivo de impedir que se cumplan. Véase Mate, R. y Mayorga, J., «Los avisadores de fuego: Rosenzweig, Benjamin y Kafka», en Isegoría, 23, 2000, pp. 45-67. |