Olvidos mira desde el ayer el hoy de la Universidad.
1. Lo que fue
Al primer intento fallido como “Mensual de la Cultura en Granada” le siguió otro, dos años más tarde, que consolidó la trayectoria de Olvidos de Granada . En esta segunda factura, su primer número (noviembre 1984) retomaba un debate central: la construcción de la universidad bajo el flamante régimen democrático. Se alertaba entonces de la agonía de los PNN (profesores no numerarios) y del implacable proceso de despolitización, que vaciaba de interés una participación cada vez más menguada. Lo público comenzaba a tejerse rompiendo los hilos sociales de la participación y estableciendo distancias insalvables en la representación, también en la universidad. Bajo el lema de una mayor autonomía, se ensayaron fórmulas de departamentos extensos, que no sólo no disminuyeron el estamentalismo feudalizante, sino que fomentaron más la arbitrariedad y el clientelismo, abriendo las puertas a decisiones excéntricas y a una casuística en la creación de materias y créditos. Mientras universidad, con su recién estrenados consejos sociales , alcanzaba con la partitocracia la mayor sinergía. Cuando esto sucedía, los vencedores en las elecciones del 82 habían dejado atrás las utopías y los títulos marxistas.
Olvidos de Granada aparece pues, en una capital al sur de un país, que buscaba abrirse económicamente a Europa. Una España que, o bien generaba vías novedosas y democráticas, o simplemente se adaptaba a las exigencias que le imponía la “Europa” de los mercados.
La correlación de fuerzas hizo que se optara por la segunda posibilidad. Los partidos de izquierda estaban en otra cosa, sobre todo el partido ganador, que diseñaba la organización y el marketing propios del nuevo marco socioeconómico. Por eso, se emprendió dócilmente el camino de adaptación de las instituciones a esas exigencias. Por ejemplo, había que cambiar “los planes de estudio y la flexibilización de los títulos que se ofertan en el mercado de trabajo” según reflejaba la Ley de Reforma Universitaria de 25 de agosto de 1983. Una ley que no sólo finiquitaba la estirpe PNNs, sino que ampliaba los departamentos, los dotaba de “autonomía” y abría a la universidad a los programas económicos externos, para sentenciar indirectamente cualquier intento político soberano transformador. Se quitaba peso a la cuota de Estado “centralista” y se advertía sobre su carácter de “servicio” (ligado al mercado) dejando claro que su independencia no dependía de sus miembros: “la Universidad no es patrimonio de los actuales miembros de la comunidad universitaria, sino que constituye un auténtico servicio público ”.
La capacidad investigadora y creativa de la universidad quedó, en ese camino aún bajo la égida política, ligada a la “demanda social”, esto es, al mercado. El inicio de todo esto lo supo atisbar Mariano Maresca en su artículo escrito para ese número: “La Universidad: a la altura de la historia”. El contrato laboral era la reivindicación más madura de la izquierda y constituía el intento de establecer un marco de relaciones laborales independiente del servilismo y la pleitesía feudal. El horizonte de ese marco: la profundización en la democracia. Pero las reformas ya estaban en marcha, forzadas por la “Europa de los mercaderes”. Todo parecía crecer como la espuma y su efervescencia acallaba las voces, que ya entonces alertaban de la excesiva proliferación de universidades y de los derroteros mercatilistas que tintaban la institución. Por otra parte, pese a la modernización, no se veía indicio alguno de desaparición de los viejos lazos de servidumbre y, como se constará luego, ni siquiera de la adecuación de la institución al mercado.
Después de la euforia socialista del 82, los movimientos sociales se desmoronaron rápidamente, entre otras causas, por las políticas frías de “profesionalización” aplicadas a todos los sectores, incluido el de la docencia universitaria. Olvidos ve la luz, pues, en ese momento en que las utopías, ante el pragmatismo impuesto en el mercado de la fuerza de trabajo, quedan iluminadas por la luz del absurdo y apiladas junto al voluntarismo en los despachos de los departamentos ya transfigurados.
Las ideologías habían muerto, y con ellas, los yerros dogmáticos. La mirada pragmática arruinaba lo político, que pasaba a ser mercadotecnia y mediación entre la fuente de riqueza (trabajo) y las nuevas formas de acumulación de capital. La mentalidad se “renovaba” abandonando los viejos clisés, para tomar otros nuevos. Despuntaba la posmodernidad danzante y eufórica, que creía dejar en el olvido con su esteticismo otros mundos posibles. La proyección de una temporalidad ávida de inmediatez dirigía a los “ciudadanos libres” hacia los mercados inundados de colores y variedades. Poco después vendrían las grandes superficies con embutidos perfectamente encuadernados y libros troceados y amontonados en depósitos de saldos. Todo desprendía un tufillo a fajo de billetes.
Las instituciones, en efecto, cambiaban ante nuestros ojos de manera casi imperceptible, mientras las nuevas formas del deseo levantaban bloques de hormigón armado y sobornos, dejando asomar algunos agujeros en la banca. ETA, como una exterioridad bárbara y anacrónica, enseñaba sus dientes, desprovista de toda justificación.
La presión de esta recomposición económica e institucional incidía de modo determinante en la nueva maquetación de las instituciones universitarias. Quizá lo más patente en aquel momento fuera la insistencia política en eliminar los elementos más inestables y dinámicos de Universidad. La mera existencia de los PNN chirriaba por su asociacionismo político y sus irrupciones reivindicativas. No se podía dejar a la reflexión no homologada las decisiones sobre la “profesionalización”. Esta debía ser neutra, descontaminada de lo político y de las exigencias sociales, por tanto había que hacer desaparecer las voces discrepantes. No matar a los PNN, pero sí noquearlos, dejarlos descoyuntados y flácidos políticamente. Y por supuesto, también fulminar sus devaneos obreros. Así, “profesionalizados”, transfigurados, pasarían por ser unos ciudadanos más entre otros. Unos consumidores que votarían cada cuatro años, para olvidarse de la polis en el ínterin. Pues, al fin y al cabo, lo político ya estaba formateado y era sólo cuestión de alternancia en las cúpulas.
2. Lo que siguió
¿En qué habían quedado las reivindicaciones sociales?, ¿en qué las organizaciones de participación política?, ¿en qué el deseo de participar en un proyecto de cambio colectivo y real en nuestro país? En una transformación de las reivindicaciones político-sociales en una familiar e individualista demanda de mercado.
La transformación de las organizaciones sindicales y de los partidos, y las leyes que ordenaban la participación democrática vinieron a poner la guinda. A la derecha le cupo recordar y a la izquierda olvidar, y al híbrido calmar a los primeros y hacer marketing de izquierdas, para cubrir el olvido y la democracia prometida con pisos, electrodomésticos y coches a plazos.
Culturalmente, la movida pronto pegaría fuerte y canalizaría la rebeldía a través de un imaginario lleno de música, creatividad y diseño rompedor. Mientras Marx, Freud, Lenin quedaban “superados” y envasados a lo Andy Warhol.
La universidad fue poblándose de estudiantes sabedores de que su futuro y su suerte consistían en encajar pronto y sin pretensiones cabeza y cuerpo en el mercado laboral.
En las aulas masificadas, los profesores borraban su pasado y cambiaban sus aspiraciones por cursillos, congresos y títulos. Muchos se aburrían mortalmente al asistir sin más deseo a clase, que el de acabarla pronto. Otros se requemaban en su desesperanza, los menos seguían adelante como podían. El beneficio privado comenzó a ofrecer brillantes técnicas e ingresos jugosos en los sectores universitarios más ligados a las inversiones. Las llamadas humanidades fueron amainando y dejaron vía libre a escalafones profesionales y a curricula vegetativos, que atestaban los anaqueles con una producción ingente de artículos infumables. En nuestra ciudad, en un espacio de refugio para los menos contaminados y para exiliados de la universidad, sonaban tangos como el de Cambalache para enjugar la pena y el dolor:
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, Rey de Bastos,
caradura o polizón.
Así, el tango y las copas igualaban al sabio y al ignorante, mientras en la Universidad crecían las distancias entre escalafones, y no precisamente en función del saber. La inversión iba llegando a la universidad, para ligar voluntades y negocios al nuevo tiempo. Puentes aéreos entre cátedras y puestos privados iban generando tráfico suficiente como para atraer el deseo, de otro modo perdido en el tedio departamental.
3. Y al doblar el siglo…
El ser que es – muerte anunciada- se fue gestando bajo un atronador silencio político: comenzó por abajo, por la enseñanza LOGSE (1990), y poco después, vino otra ley, la Ley Orgánica de la Participación, la Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes (LOPEG 1995 ) en la que pudo leerse: “Se establecerán procedimientos para la evaluación del sistema educativo”.
La marea no había hecho más que empezar y la primera oleada llegó pronto: la adaptación de la NORMA ISO a los servicios , educación incluida. Rayaba el albor del nuevo milenio cuando se hizo más evidente la nueva deriva del sistema educativo y la sentencia de muerte de la Universidad. En 2001 como otra odisea , aparecía publicada la Guía para la aplicación de la Norma ISO UNE-EN 9001: 2000 en Educación. La cosa corría a cargo de AENOR, el nuevo instrumento en nuestro país para calzar las titulaciones a la horma reclamada por la globalización. Naturalmente por la globalización capitalista, pues no hay otra. El objetivo de la Asociación Española de Normalización y Certificación (“entidad privada sin ánimo de lucro”-1986) era ser instrumento eficaz de la OCDE.
El gobierno, con optimismo milenario, veía entonces con buenos ojos la “modernización” que venía de la mano de las agencias. En 2002 el Ministerio de Educación Cultura y Deporte autorizó la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) que a partir de ahí, se encargará de diseñar el modelo para crear y eliminar títulos, chequear la investigación y la docencia, conectar la universidad con consorcios y empresas, dinamizar el flujo de investigaciones e investigadores aplicables, establecer un lenguaje homologado para fijar qué es ciencia y qué no lo es, y de modo sibilino, sustituir mediante esa homologación los antiguos centros de decisión (en los que predominaban argumentos sociales, políticos y humanísticos) por otros centros de decisión más “técnicos” soterrados en las propias agencias.
Se emprendía así la construcción de un marco con el que redefinir la fuerza de trabajo (“recursos humanos”). Un marco normativo, experto, que servirá de “inspiración” (a la manera de “recomendaciones”) para formatear ese potencial cualificado. Para ello se usó un instrumento procedente de la OCDE, y otro de las universidades americanas. Dos grandes instrumentos que sobrepasarían con creces la institución universitaria: uno jurídico y otro teórico. El primero, “la norma”, tomaba como modelo la Norma ISO (OCDE 1989), el segundo, “el lenguaje”, adoptaba aires de ciencia adaptando la teoría cognitiva como background.
La Norma ISO es un cuerpo normativo sistemático que estandariza el funcionamiento de las organizaciones, otorgándoles un “liderazgo” controlable (gerencialismo) en lugar de mecanismos democráticos incontrolados. Además, introduce una nomenclatura única y solidaria con el reduccionismo cientificista. En esa nomenclatura jugará un papel fundamental la teoría cognitiva.
Se trataba con ello de generar legislación experta, capaz de obviar los mecanismos democráticos y puentear los poderes legislativos y judiciales, para alcanzar -mediante informes expertos- la sumisión de los poderes ejecutivos. Extraer el jugo a la institución que fraguaba el conocimiento con “valora añadido” era su finalidad. Y ello a través de un instrumento legitimador confeccionado a base de “Ciencia” y “Norma” inapelables, para subvertir el orden y la soberanía política de la universidad. Con este instrumento experto se conseguía, sin despertar resistencia política, teórica (nadie leía esa literatura gris de gestores) ni social, la estandarización y fijación legal de los “procesos” de clasificación, selección, calificación, distribución, control y organización del “capital humano” en su valor de uso y de cambio. Dicho de otro modo, conseguía con un lenguaje único y estandarizado reorganizar la inteligencia y la ciencia al servicio no de los ciudadanos, sino del beneficio privado.
Las leyes del nuevo siglo: LOU ( Ley Orgánica de Universidades, de 2001, Ley Orgánica de abril de 2007), y las siguientes que regulaban el registro de Universidades, los títulos y los centros, así como las condiciones de doctorados y, posteriormente los masters, no provienen del debate libre y reflexivo, sino de esta experticia agenciaría que ha fagocitado el sistema de decisiones. Todas ellas han sido formuladas en el mismo idioma: la “Ciencia Cognitiva” . Así, con mayúscula.
En la universidad, en la empresa, en la fábrica se ha impuesto un solo universo terminológico y una sola nomenclatura, extraída del baúl de los expertos. Este lenguaje “científico” ha sustituido al sentido común y ha asentado, incluso jurídicamente, una terminología experta dirigida al control de las decisiones. Pero no sólo ha ordenado la acción, también ha configurado la mentalidad, nuestra mentalidad. Pues el marco de decisiones, de reflexiones (ya todas formateadas estadísticamente) se piensa y se decide en este idioma . Quien pretenda abordar algún cambio, cualquier proyecto o mediar sobre cualquier asunto – no sólo en la Universidad- tendrá que vérselas con una rejilla protocolaria escrita y tabulada en esa jerga. Toda una ingeniería al servicio de la nueva subjetividad creada para el control.
Esta jerga del pensamiento agenciario proviene del desafortunado encuentro de dos líneas de fuerza: 1) El gerencialismo (Management), cuya normativa estrella la Norma ISO dispone de una ISO 9000, que describe los principios del sistema, define los términos y estandariza el vocabulario para toda organización social; y 2) La teoría cognitiva (elevada ya al rango de “Ciencia Cognitiva”), que se ha sido encubada en las universidades, y cuyo éxito se debe a la imposición de una experticia formada a golpe de cursillos en ese lenguaje. Su extensión ha supuesto, en la práctica la demolición del pensamiento crítico, el confinamiento de la historia y las ciencias sociales, susceptibles de politización y llenas de reflexiones contradictorias y no científicas.
Atrás quedó la historia, atrás la sociología, atrás la filosofía política, atrás la reflexión libre. El gerencialismo y “ciencia cognitiva” han creado una nueva y única forma de entender la historia como memoria evolutiva a corto, medio y largo plazo -¡no histórico, claro! La psicopedagogía vaciada de relación con lo social, lo político y lo histórico, banalizada por tanto, ha sustituido con sus simplezas evolutivas a las obsoletas y anticuadas disciplinas que ceñían la reflexión sobre el sujeto y su dimensión social e histórica. Ahora, los conflictos sociales y la lucha política y sindical han pasado a ser simple “mediación experta en conflictos”, la génesis del conocimiento mero “desarrollo” de “competencias”, “destrezas” y “habilidades”. En cuanto a la reflexión sobre la propia institución, todo ha quedado reducido a chequeos, informes estadísticos, encuestas orientadas y necias, dejando el estrecho margen de reflexión en un mantra “propuestas de mejora” con su proyección subjetiva: la “competencia” de “aprender a aprender”. En definitiva, una nueva imago mundi y una nueva imago hominis, para describir y controlar un nuevo orden, hecho de poderosos intereses, simplezas y argucias mal intencionadas.
4. Lo esperable… si no lo remediamos
La esperanza que se había depositado en el horizonte político, es decir en determinaciones tomadas con instrumentos políticos, si bien es verdad que entonces aparecía inflacionada por utopías (a las que ahora se atribuye toda suerte de totalitarismos -y no a las relaciones sociales que los sostienen), encuentra hoy el paupérrimo soporte de ideales agenciarios y corporativos, cuando no la desesperanza más descarnada. Para más inri, estos ideales no se ofrecen al libre juego de la concurrencia ideológica, política o sindical, sino que aparecen fijados como mariposas en alfiler, con un trazado protocolario que desalienta cualquier ilusión.
El porvenir de esta ilusión empobrecida, su recorrido, viene diseñado por la arquitectura de otras normas solidarias con las mencionadas anteriormente. Normas-matrices que establecen el marco de los logros imaginarios más excelsos: la ISO 9001 y la ISO 9004. La primera establece los requisitospara los sistemas de gestión de la calidad y sobre todo ofrece el premio de la “conformidad”. Ello quiere decir que las entidades, que suplen a los viejos Estados (Agencias) reconocen y avalan su “gestión”. Sólo una palmadita en la espalda. La segunda, la ISO 9004 y derivados, constituye el verdadero trampolín para saltar al pódium, pues contiene las directrices para organizaciones que aspiran al reconocimiento de la excelencia en su gestión. “Excelencia”: máximo galardón, máxima altura, mediodía, horizonte ideal.
Pero esta ansiada calificación de excelencia (en sus distintos grados y estrellas) depende todavía de una instancia aún más alta, la excelsa EFQM (European Foundation For Quality Management). Una fundación cuyo “partner” en España, es el denominado Club de Excelencia de Gestión: marco simbólico por excelencia, lugar simbólico más allá del Estado y la Ley, que supervisa y controla los flujos y diseños de toda formación. Pero tan pobre, lleno de imaginario cutre y precario en lo humano que sublevará a todo aquel que no se deje capturar por su glamur y por el imaginario corporativo que rezuma. En fin un padre flácido sentado en el trono más alto y ridículo, pero con poder efectivo para la exclusión y la sanción.
Esta reconversión masiva de las instituciones y de la organicidad de los Estados afecta especialmente a su núcleo formativo y generador de conocimientos: la universidad. Sus despachos y dependencias han visto cómo de manera progresiva han sido intervenidos por normativas sobre programas y proyectos, cuyas condiciones transcienden la soberanía de la institución, de la comunidad e incluso del país, pudiendo experimentar todos los miembros de la universidad cómo, casi de manera imperceptible, una nueva nomenclatura iba empapando su tejido y obligando a repensar su función en términos de “misión”, “roles”, “competencias”, “objetivos”, “procesos”, cuantificación en “créditos”, etc.
En esa metamorfosis kafkiana, lo primero que han notado los docentes ha sido la separación entre investigación y formación por un lado, y la función docente, absurdamente pragmática y relegada a tareas burocráticas increíbles por otro. Investigación desconectada de la formación humanista, formación humanista relegada o inexistente al ser sustituida por “ciencia cognitiva”, función docente ahistorizada y saturada por una burocracia inverosímil, encorsetada por el lenguaje de la pseudociencia.
Aquellos antiguos PNNs son ahora precarios peones, con sus habilidades y competencias, sometidos a la presión de un devenir disciplinario, abigarrado y caótico. Sus reivindicaciones -o mejor, toda reivindicación política, aparece fuera de juego, pues al suprimirse la cobertura política, no cabe otra reclamación que la contemplada por los protocolos “científicamente” establecidos (al efecto verán lo que es bueno cuando se consolide “la mediación” como un saber sobre los conflictos).
La reflexión, creación y argumentación políticas han sido radicalmente “refutadas”. Una negación que las hace desaparecer literalmente dejando con cara de póker a nuestros gobernantes. Mientras tanto, “científicamente” se orientan la investigación y la formación (las que generan conocimiento e innovación, es decir plusvalía relativa) según soplan los vientos inversores de corporaciones y multinacionales, dejando las materias segundas y el oficio docente para la “satisfacción” de un cliente cada vez más anonadado.
La estrategia consiste en que la organización de las universidades en su conjunto (no nacional, sino corporativa y multinacional) esté al servicio, no de la educación o del desarrollo del saber y la ciencia, sino de la demanda de inversiones. A su vez, el sujeto debe ser pensado y descrito como mercancía, compuesto de partes, sustituibles intercambiables, en circulación. Su cuerpo en todas sus partes y dimensiones accesible al mercado de la biotecnología, la neurociencia y la biotecnomedicina. Su alma, soportando los destinos de la nueva Ciencia Cognitiva. El nuevo oráculo de Delfos.
Esa estrategia (no creo que sea paranoia mía) parece buscar la extracción de plusvalía y no precisamente cobertura social, mejora de vida de los ciudadanos o profundización científica al servicio de todos. Tenemos así una formación acéfala, burocratizada en su formación básica y docencia, y generadora de conocimientos y técnicas específicos, -sin posibilidad de articular crítica o políticamente con la sociedad o con el propio sujeto-, pero reservados al tramo final: la cúspide de los Postgrados.
Masters y doctorados –los que son viables económicamente como aplicaciones- se convierten de este modo en receptores de formación desconectada y aplicable , por cuanto se anexan -en el mejor de los casos- a empresas, a consorcios y a entidades económicas, dejando los “recursos humanos” listos para usar y/o tirar. En el núcleo de esta estrategia globalizada de formación: las Agencias tecno-científicas. Todas ellas pensadas y estructuradas desde el lenguaje común; la ciencia del sujeto: Ciencia Cognitiva, que ahorra historia y crítica.
Pues bien, estas agencias son el instrumento actual de fusión capital-información-técnología-ciencia. No hay más que echar un vistazo a los agenciamientos NBIC (Nanotecnología, Biotecnología, Informática y Ciencia Cognitiva) en EEUU o en Europa, o al vasto campo “cerebro” y Neurociencias en los proyectos de investigación internacionales.
Mas para mantener la esperanza con tan agobiado y desmoralizado factor humano se necesita un liderazgo cuasi religioso. Un guía entre la niebla gris. El “liderazgo” es la clave para la cohesión de la corporación con las nuevas jerarquías. Pero su función no es mandato soberano. Desde fuera, las fuerzas financieras exigen y ordenan. Por tanto, solo puede conseguir confianza a fuer de ilusión. Con semblante de iluso mayor, el líder debe tratar de liderar corporativamente para “involucrar”, y no para ejercer un poder legítimo que canalice libre y racionalmente los esfuerzos. Los medios democráticos no se discuten, pues forman la parte retórica del organigrama. La formación en autoevaluación y en cultura de la calidad inyectará los significantes adecuados y las técnicas persuasivas a quienes ocupen (en toda institución u organización) esa forma del poder denominada ahora genéricamente “liderazgo”. Aparte del “liderazgo”, los otros principios que rigen esta matriz gerencialista acaban de formatear definitivamente la institución universitaria, para hacerla totalmente permeable a la privatización y la mercantilización.
>En definitiva, la Universidad es y será una suerte de institución transida de exigencias y directrices transversales y acéfala, unida a la plutocracia por el ombligo de las agencias de evaluación y las agencias tecno-científicas, y sometida a una lógica de doble sentido: la de extracción del beneficio y la rentabilidad por la cúspide (en competencia implacable con los campus de excelencia de todos los países del mundo), y la del abaratamiento y la precariedad por la base.
Miren hacia el nuevo cielo, escuchen la voz monótona de los nuevos ideólogos científicos, vean que sucede en el interior de las agencias, en su dinámica orgánica, lean sus estatutos, lean sus competencias, observen sus efectos. ¿Cuándo nos daremos cuenta que hacer visible la política y la responsabilidad en las decisiones sociales determinantes de estos nuevos leviatanes es una “misión” que incumbe a los partidos políticos y supone la inmensa tarea de desmontar las argucias de un lenguaje pseudocientífico impuesto a través de las nuevas facultades de psicología y pedagogía? Tan difícil será desmontar este entramado como persuadir a cualquier flemático príncipe de la pseudociencia de que su discurso neuronal y televisivo es una banalidad sin sustancia. Si no hacemos visible la estructura opaca de decisiones y desmontamos la jerga que la soporta (incluso jurídicamente), sin esta visibilidad no habrá más futuro que el gestado en las vísceras de los nuevos monstruos.
Granada mayo 2013