Un año de revolución en Siria
Ha pasado un año desde el inicio de la «revolución siria». Los avances son mínimos: el poder se enroca y Siria es una pieza codiciada en el complejo ajedrez de Oriente Medio. El profesor Ignacio Gutiérrez de Terán de la Universidad Autónoma de Madrid visitó recientemente Granada invitado por el Ateneo de la ciudad. Se ha prestado a colaborar con olvidos.es con este artículo. Más de un año transcurrido desde el inicio de la revolución siria y la silueta de un olvido ominoso comienza a dibujarse en el horizonte. Para ahogar el levantamiento popular en varias regiones del país, el régimen de Damasco ha ido modulado su plan de choque: desde la opción estrictamente policial -la detención y tortura de activistas más la inteligencia preventiva para abortar las manifestaciones y, en su caso, disolverlas de forma expeditiva- a la militar, una vez que la deserción de soldados y oficiales del ejército regular propició el Ejército Sirio Libre. Entre muertos, desaparecidos, detenidos y desplazados hablamos de cientos de miles de personas afectadas por el impacto del alzamiento de buena parte de la población contra un poder brutal y corrupto comandado por el clan de los Asad, enrocado en la jefatura del estado desde 1970. Si tomamos en consideración las numerosas localidades (Homs, Hama, Idlib, etc.) que han sufrido o sufren el cerco militar y las carencias de suministros básicos en varias regiones, agravadas por las sanciones económicas y el desfonde de la moneda y la producción local, tenemos un guión de máxima tensión y confusión en la siempre explosiva región de Oriente Medio. Quizás sea el protagonismo de Siria como estado axial y enclave estratégico primordial entre la costa mediterránea y la Península Arábiga lo que ayuda a explicar por qué esta revuelta se ve amenazada hoy por el soslayo. En realidad, a nadie le interesa la caída de un régimen que ha venido cumpliendo, con mayor o menor eficiencia según las percepciones, unas labores regionales bien definidas. Los aliados firmes, Irán, y detrás Rusia y China, porque ha servido de anclaje a sus estrategias particulares en Oriente Medio y una cabeza de puente en la región; occidente, porque a pesar de la pretendida disparidad, ha visto en Damasco un elemento básico para mantener la estabilidad en la zona y la tranquilidad del frente oriental del régimen de Tel Aviv, prioridad primera de la política exterior de estadounidenses y europeos. Lo que se está dirimiendo, con los sirios como carne de cañón, es qué grado de debilidad y desestructuración se quiere para el estado sirio, no el derrocamiento del régimen militar. Nadie tiene una alternativa y el futuro inmediato puede deparar una alternativa política incómoda para muchos. “No está claro el asunto”, vienen a decir unos y otros, convencidos ahora de la necesidad de un diálogo que antes se rechazaba por ambos lados. Pero aquí la única claridad es la turbiedad de una sangre que, tememos, seguirá manando a raudales ante la mirada olvidadiza del mundo.