El papel del periodismo y el periodismo de papel

Alejandro Víctor García

El periodista y dramaturgo Alejandro V. García se plantea en este artículo inquietantes preguntas acerca del futuro del periodismo profesional ante la rápida evolución de Internet, las redes sociales y la dispersión informativa.

Voy a escribir a continuación algunas reflexiones sobre periódicos, sobre periódicos de papel, ese soporte viejo, caro y contaminante cuya desaparición se viene proclamando desde hace no menos de quince o veinte años. Y aunque el apocalipsis aún no se ha cernido sobre ellos sí que andan en una dramática decadencia. Voy a escribir pero no a adivinar ni a presuponer qué pasará dentro de dos o de veinte años. Bueno en realidad es incluso complicado predecir para dentro de uno. Voy a especular y aunque es inevitable construir frases afirmativas en un artículo de fondo soy consciente de que en el dorso de cada aserto aguarda su probable negación. Porque la tragedia del periodismo es la incertidumbre: aún no se ha inventado una alternativa al negocio de la información. Sí hay un soporte alternativo al papel; hay apuestas individuales que nadan a contracorriente en el inmenso y disperso piélago de internet; hay muchas ideas trazadas, demasiadas quizá, pero el negocio de la información no encuentra sitio. Y no será porque las empresas periodísticas no lo han intentado. En un momento dado, acuciadas por la desesperación, llegaron incluso a editar periódicos gratuitos pensado que era el futuro; ahora están regalando en sus ediciones digitales el mismo contenido que en el quiosco vende por un euro y pico.

¿Se puede vender lo que al mismo tiempo se regala? ¿Con qué ingresos sobrevivirá la empresa informativa si desaparece la publicidad y se consolida el derecho universal a la gratuidad? ¿Hacen faltan empresas periodísticas? ¿Es realmente necesario y fundamental contar con medios informativos profesionales o basta con el conjunto de millones y millones de blogueros aficionados o semiprofesionales que depositan cada día su pensamiento o sus alarmas en su página personal o en las redes sociales? La desaparición de la prensa tradicional ¿mermará la libre expresión y la capacidad de reacción frente al poder de los Estados? Un viejo aserto sostenía que el único periodismo independiente era el periódico rentable. Hoy no son rentables ninguno. ¿Quiere decir esto que son cada vez menos independientes? ¿Será verdad que la tendenciosidad de la línea editorial es el último gancho comercial que resta a la prensa de papel para vender ejemplares? ¿Garantiza internet el ejercicio de una libertad de expresión independiente?

Las respuestas están sembradas también de incertidumbre. Las redes sociales son un enredo descomunal y caprichoso que generan más desconfianza que seguridad y algunos experimentos que parecían representar los nuevos aires del periodismo del futuro, como Wikileaks, han sido incapaces de soportar a la primera de cambio la presión de los gobiernos, y ahora anda enmudecidos y presa de sus propias miserias. La relación que han proclamado algunos gurús de los nuevos medios entre la primavera árabe y las redes sociales no se tiene en pie y parece inventada más para robustecer políticamente un fenómeno ingobernable y lleno de lagunas que para celebrar la epifanía de una nueva y eficaz herramienta revolucionaria.

El negocio de la información está en crisis pero cabe preguntarse si también la propia libertad de expresión. Hasta hace poco yo estaba convencido de que la crisis de la empresa periodística era doble: por un lado, la propia, la de su futuro en un mundo tecnológico nuevo y, por otro, la general, la que nos afecta a todos. Hoy, a la vista de cómo se está resolviendo la segunda, con una salvaje entronización de la voluntad de los mercados frente a la voluntad democrática y con el ajusticiamiento de los derechos sociales vigentes durante un siglo, empiezo a sospechar que son concomitantes. ¿Pueden asumir las redes sociales y los blogs el mismo papel que la prensa tradicional en los últimos doscientos años? Yo no estoy seguro de que un internet sin censuras sea capaz de representar el mismo papel catalizador frente al poder de los gobiernos que el viejo periodismo. Su cáncer es la dispersión. La suma indefinida de opiniones individuales y contradictorias tiende más al caos que a un cierto sentido de la unidad necesario para la acción común. ¿O no es así?

¿Tiene salvación no ya la prensa sino el periodismo concebido como un trabajo colectivo de profesionales independientes más que como un conjunto disperso de esfuerzos aislados y, en consecuencia, frágil frente al poder de los Estados? ¿Es el trending topic, es decir, la unanimidad instantánea proclamada por un logaritmo que mide las alusiones fortuitas el equivalente a la unidad de acción? ¿Cuál es el camino si hay alguno?

¿Qué hacemos los informadores mientras tanto?

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