Tiempo de hooligans

Mariano Maresca

En los presupuestos de la democracia liberal, la existencia de una opinión pública libre constituía uno de los factores de legitimidad del sistema: había que preservar un espacio público de libre manifestación y debate de las distintas opiniones desde el que también se pudiera ejercer la crítica y denuncia de los abusos del poder. En la actualidad, ese modelo se ha visto completamente pervertido por el monopolio de ese espacio público detentado por grandes grupos de comunicación que tan a menudo invierten la razón de ser de los medios, pues en vez de actuar como voces libres en un espacio abierto, se comportan como titulares de un poder más desde el que individuos y grupos reciben nuevas dosis masivas de disciplinamiento.
En la actualidad, la fanatización de los consumidores indiscriminados de los contenidos de los medios es un efecto más que palpable. Lo que se oye, se ve y se lee en la mayoría de las ocasiones responde a tres condiciones que no pueden dar otro resultado que la degradación del ciudadano en hooligan. La primera de esas condiciones es la legitimación del visceralismo: la argumentación razonada de una posición cualquiera es sustituida sin más por la machacona repetición de un slogan cuya puesta en cuestión está bloqueada por los propios mecanismos de transmisión del mismo. En segundo lugar, la fanatización necesita una deslegitimación de los argumentos racionales, es decir, un cierre del paso a la reflexión argumentada y, por tanto, un fomento de la ignorancia de las causas de los fenómenos de que se habla. El ignorante con buena conciencia rechazará automáticamente una llamada de atención a la reflexión que requiere, para empezar, reconocer su completa desinformación. Y por último, en el crisol de esa patología de la razón brotará por si solo el odio ideológico al adversario, sea el que sea. Así se explica la adhesión inquebrantable (con sus faltas de ortografía) a los delirantes mensajes que se nos proponen.
Es cierto que estas prácticas sólo aparecen con plena evidencia en medios que han cruzado todas las líneas rojas y además presumen de ello. Pero no lo es menos que hay intereses políticos y económicos que no hacen ascos a los beneficios que se cosechan por ese procedimiento y tienen mucho cuidado de no señalar la menor distancia respecto de quienes les hacen el trabajo sucio. Así son posibles la persistencia de mentiras auténticamente salvajes como verdades probadas y los procesos cursados en los medios y en los que el rumor recién traído aparece como cosa juzgada.
Tenemos un muy serio problema: la colonización del espacio de la opinión pública por las plataformas de fanatización nunca ha dado resultados muy distintos a los de la barbarie.
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